Capítulo 36

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Empuñó sus manos con los ojos desbordados en lágrimas, luego se puso de pie con molestia y se tocó la barbilla con desesperación. Lo vi darle un puñetazo al escritorio y luego lanzar el laptop directo a la pared con fuerza, tanta que ésta se rompió de inmediato. Y luego, comenzó a llorar afirmándose en sus rodillas, al principio con cierta contención, pero luego con rabia.

Me puse de pie, me acerqué a él y lo único que pude hacer fue abrazarlo para contenerlo. Él me había contenido en cientos de ocasiones, ésta vez era mi turno.

Estuve con él abrazándolo hasta que su llanto comenzó a cesar, luego se sentó en su silla con cierta debilidad en las piernas, le pasé un vaso con agua y él la bebió hasta que dejó el vaso vacío. Alzó la vista, se quedó fijamente mirándome y asintió lentamente.

—Sabía que Jane estaba engañándome —confesó —, lo sospechaba, pero luego imaginé que eran idioteces mías. No puedo creerlo —resopló.

—¿Sabías del burdel?

—Claro que no —contestó.

—Sé que es demasiada información, pero ahora necesito que saques a Tara y a mamá de la empresa —dije y él asintió —. Quítales los permisos para retirar dinero y anula todo tipo de contrato que tengas con Gareth Philips. Hace unos días noté que faltaba dinero en la caja y provenía de una cuenta de Tara, si no queremos quedar en la ruina cuando todo esto se descubra, debemos ser inteligentes.

—Dios, pareces el puto padre de familia —soltó.

—Y por ningún motivo le digas a mamá que lo sabes.

—¿Cómo esperas que lo oculte durante todo este tiempo? —me preguntó con ingenuidad en sus gestos.

—Creo que son capaces de todo —confesé con amargura, él negó levemente, pero yo asentí con confianza —. Han apuñalado al amigo de Camile en la calle y le quemaron su departamento.

—¡No puedo creerlo! —golpeó el escritorio con la palma de sus manos.

De pronto, el teléfono de la oficina comenzó a sonar, papá contestó y al colgar me dijo que mi madre se encontraba en la empresa. Rápidamente recogí el laptop roto y lo metí dentro de un cajón, acomodé las cosas y le quité el pestillo a la puerta. Tomé un papel y fingí estar sacando cuentas. Sin embargo, mi padre todavía no se recuperaba por completo de toda la información que le había entregado y temía que su impulsividad parecida a la mía nos delatara justo ahí.

La puerta de la oficina se abrió sin previo aviso, alcé la vista y choqué con la mirada de mi madre. Apenas me vio sentado frente a mi padre, su rostro se tensó y se detuvo en seco con sorpresa.

—¿Te sientes bien? —le pregunté alzando las cejas —Estás pálida —dije y ella asintió levemente.

—Lo estoy —respondió.

—¿Ves cómo está Jared? —oí la voz de mi padre entrometerse en la conversación —Nuevamente se ha peleado con Stefan —dijo y yo rodé los ojos haciéndome el desentendido.

Mentía bien, debía admitirlo.

—Sí, ayer me enteré —dijo ella con cierta desconfianza —¿están ocupados?

—Sólo sacando un par de cuentas para un proyecto de marketing —contestó mi padre —, pero dime ¿qué necesitas, cariño?

—Venía a invitarte a almorzar —le respondió mi madre con dulzura. Ya sabía de dónde había adquirido mi don de mentir: de mi padre. A mi madre le costaba un poco más.

—De acuerdo —asintió papá —¿Te unes, Jared?

—Paso —contesté —, debo resolver unas cosas en casa.

El destino que no soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora