Capítulo 02

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No me percaté de cuánto dormí, pero cuando desperté el avión estaba en tierra. Había ido al baño una o dos veces durante el viaje sólo para saber cómo era y otra porque quería orinar. Stefan me observaba como si estuviese viajando con un pequeño bicho extraño. Bajamos del avión despidiéndonos de las azafatas, retiramos nuestras maletas y luego salimos del aeropuerto; rápidamente el frío clima de Londres me llegó al rostro y a mis brazos desnudos, saqué mi chaqueta de mano y me la coloqué. Sólo pude pensar en que había traído vestidos y que, probablemente, no podría lucirlos.

Stefan parecía un poco más familiarizado con la ciudad, pues prácticamente se movía como si conociera cada grieta del cemento y también hablaba con algunos taxistas para saber cuánto nos cobraban por llevarnos hasta la dirección a la que queríamos ir. Se negó a algunos y, finalmente, encontró a un tipo "honrado"; nos ayudó con las maletas y lo siguiente fue abordar el taxi. Escuchaba a Stefan hablar con el hombre acerca del clima, de la ciudad y también sobre centros comerciales o museos, pero en lo que realmente estaba enfocada mi atención era en las grandes edificaciones que se vislumbraban frente a nuestros ojos. Todos parecían ser como grandes castillos de princesas, antiguos y con historias que, probablemente, tardaría poco en saber de qué se trataban. Lo único que quería hacer era sacar mi cámara fotográfica y ponerme a hacer clic sin interrupción.

—Llegamos —dijo el hombre del taxi. Stefan pagó lo correspondiente y, bajándome algo desorientada, me quedé mirando el edificio pintoresco y antiguo que se encontraba frente a nosotros.

—¿Es aquí? —pregunté, Stefan asintió con entusiasmo. Puso una mano en mi espalda y casi me empujo para que pudiera caminar. Apenas tomé mi maleta y entré casi corriendo al vestíbulo, en donde nos recibió un hombre mayor con un semblante cariñoso.

—Buenas tardes, soy Clint McGregor —se presentó — ¿en qué puedo ayudarles?

Como era habitual en Stefan, él comenzó a hablar rápidamente, enseñarle papeles y todo lo que debíamos hacer para poder entrar al apartamento. El señor me observaba a ratos y me preguntaba cosas que sólo respondí en monosílabos, pues estaba demasiado ocupada en mirar los detalles de los sofás del vestíbulo.

El departamento se encontraba en el piso 3 y la torre sólo tenía 5 pisos. Por lo que había dicho Clint McGregor ahí vivían personas mayores y estudiantes solitarios que venían de otras ciudades para estudiar en Londres. Por supuesto quedé maravillada.

Las dos habitaciones que tenía el departamento eran bastante espaciosas, y mi novio se había encargado de que el lugar viniese amueblado para no tener que comprar cosas extremadamente grandes y caras. Sólo debíamos hacernos de comida y, por supuesto, de una cafetera, lo que probablemente a Stefan no le parecería bien, pero a mí sí.

—¿Te gusta? —me preguntó él mientras sacudía un poco los sillones.

—Es acogedor —contesté —, sólo le falta un poco de mi decoración.

—Seguro —él rodó los ojos —. Sobretodo esos cuadros fosforescentes y adornos hechos con periódico.

—¡Así es! —alcé la voz con una sonrisa.

—Estaba siendo sarcástico.

—Pues practícalo un poco más.

Luego de instalar nuestras cosas en el departamento y también de limpiar un poco, nos pusimos al teléfono con nuestras respectivas familias, charlamos un rato y luego colgamos. Lo siguiente fue ponernos de acuerdo acerca de los gastos que debíamos hacer. Jamás había convivido con Stefan antes y no sabía qué manera tenía de pensar respecto a un hogar. Si habíamos ido de vacaciones juntos y lo habíamos pasado genial, pero nunca, así como ahora.

El destino que no soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora