Capítulo 25

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Camile Rooney

Todo mi cuerpo estaba congelado, no podía moverme, apenas podía respirar. El anillo estaba entre mis dedos temblorosos, suplicando que se tratase de una broma, pero claro que no, todo estaba sucediendo sumamente rápido y no había nadie en ese lugar que me salvase.

Yo no me quería comprometer con él ni con nadie. No quería, menos ahora cuando mis emociones estaban todas revueltas por el mismísimo chico en frente de mí, rubio y de ojos azules eléctricos.

Quería que alguien dijera algo, pero todos se encontraban mirándome atónitos a la respuesta que iba a darle a Stefan. Me sentía expuesta, traicionada y ridícula. No me gustaban las sorpresas de ese calibre frente a tantas personas, él lo sabía, lo habíamos conversado y siempre le dije que, si llegase a tener las ganas de comprometerme con alguien, me gustaría que fuese en privado porque las cosas se podían conversar mejor, pero no, una vez más él no me había escuchado, tal vez ni siquiera se acordaba que le había dicho una cosa como esa y ahora me sentía muy mal frente a todos, pues prácticamente si decía que "no" todo se iría a la mierda.

—¿Camile? —oí la voz de Stefan.

Su voz retumbó dentro de mis oídos, lentamente me puse de pie, sentí el nudo de mi garganta asfixiarme, tenía los ojos llenos de lágrimas, lo miré a los ojos y sin pensar en nada, me hice a un lado, rápidamente caminé hasta la puerta, la abrí y corrí por el pasillo hasta llegar a la escalera de emergencia.

No sabía qué había hecho, no sabía si alguien venía detrás de mí ni si alguien se había reído de mi actitud repentina, lo único que tenía claro era que no quería enfrentarme a Stefan, ni a nadie, sólo quería correr e irme lejos.

Bajé las escaleras muy velozmente, con los ojos empapados en lágrimas y cuando estuve en el primer piso, apenas miré a Clint McGregor y salí del edificio. El frío aire de la calle chocó con mi rostro, pero no me importó. Caminé a paso apresurado, luego corrí hasta que pasó un taxi. Me subí en él sin pensármelo demasiado y boté todo el aire de mis pulmones.

—¿Dónde la llevo? —me preguntó el hombre mientras avanzaba lentamente.

Quería llorar.

—¿Se encuentra bien? —continuó mirándome por el espejo retrovisor, negué con mi cabeza y él se detuvo —¿Necesita ayuda?

—No —contesté abruptamente, él asintió levemente —, déjeme en... no sé, alguna cafetería cercana.

Él avanzó rápidamente y yo casi me hundí en el asiento trasero.

A pesar de que tenía muchísimas ganas de lanzarme a llorar como una niña, no podía hacerlo, puesto que había tomado una decisión sumamente estúpida al haber salido así de casa frente a todos. De seguro ahora Tara y Emma estaban riéndose de la situación, Dylan estaba jodiendo a Stefan y qué sé yo qué estarían haciendo los demás.

El taxista me dejó afuera de una cafetería que no conocía, pero se encontraba abierta y con un poco de gente.

—Gracias —le dije al sujeto, de inmediato me toqué los bolsillos, pero no tenía conmigo mi billetera, sólo el móvil —Dios, sólo tengo para pagar con transferencia ¿puedo?

Él volteó a mirarme.

—No hay problema, hoy yo invito.

Respiré hondo.

—Lo lamento, por el mal viaje.

—No hay de qué preocuparse.

La cafetería estaba frente a un parque completamente vacío por la hora que era, sin embargo, fui a parar a una banca del frío parque, pues no se me apetecía ningún café ni tampoco que me vieran el rostro que tenía.

El destino que no soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora