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Camino entre los pasillos, sintiendo un gran vacío en mi pecho, escucho a Danielle y su grupo de amigos murmurar cosas sobre mí.

-Buenos días, cristianita.

-No olvides leer tu Biblia hoy.

-No se te vaya a contagiar el sida.

Risas, y risas por parte de su grupo, y una que otra persona alrededor.

¿Qué acaso nadie nota que no me siento bien? Empiezo a creer que ni Dios lo nota.

Tomé el libro de inglés y me dirigí al salón. A los veinte minutos entró el profesor y todos mis compañeros. Ni siquiera tenía ánimos para prestar atención en clase, por lo cuál coloqué mis audífonos y escuché música toda la hora.

Me sentía pérdida, completamente desestabilizada. Tenía un único soporte que me salvaba y en vez de aferrarme, me solté, arrojándome por el acantilado, hundiéndome en el mar de la duda. Solo tengo deseos de llorar, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no puedes hacer que la tormenta de detenga y darme paz?  ¿Estoy condenada a sufrir si te sigo?
Me cansé de todo esto.
¿Por qué no puedo simplemente dejar de creer y seguir con mi vida?  A otros se les hace fácil esto, más a mí no, ¿Por qué razón no? Es como si aún me mantuviera aferrada.

Solo desearía detener todo y empezar de nuevo.

_____

5:30pm,
Lille, Francia.

Había transcurrido un mes desde que decidí alejarme. Deje de asistir a la reuniones, ya no iba a visitar a Jacob, aunque suelo llamar a Eli de vez en cuando para preguntarle el estado de su hijo; trato de evitar las charlas con Noah, él está muy encaminado y centrado en Dios, que sé que intentará hablarme de Él y es lo que menos necesito ahora.

En cuanto a mis padres, las misiones se prolongaron y volverán en algunas semanas supuestamente, no he hablado sobre mi "renuncia" con ellos, porque sé cuánto esperaron a que yo me acerque a Dios, y el hecho de que ahora me haya apartado sería muy doloroso para ellos, más sabiendo que están lejos y no quiero preocuparlos. Razón por la cuál esperaré a que vuelvan para contarles o que lo noten por su propia cuenta.

En ese momento recibo un mensaje de texto, y hablando de Roma, el mensaje era de mis padres:

"Lauren, necesitamos que vayas a la panadería y compres crêpes Es para la señora Clotilde, cuando lo compres ve a su casa y dáselo. Dile que es de nuestra parte."

"Esta bien" contesté y coloqué mi celular sobre la mesa ratonera, no sin antes mirar la hora. Solo faltaba media hora para que la panadería que mis padres dijeron abriera, subí a mi cuarto, me cambié de ropa a una más presentable y peiné mi cabello en una coleta de caballo alta. Tomé el dinero de la alcancía que mis padres me dejaron, y salí de casa.

La señora Clotilde, es nuestra vecina del frente y es una mujer muy cercana a mis padres. Cuando ellos apenas se habían mudado a esta casa, ella fue muy amable con ellos y los hizo sentir muy bienvenidos al vecindario, verdaderamente se ha ganado el cariño de mis padres, es como una abuela para ellos. En lo personal, solo tengo escasos recuerdos de mi infancia sobre esta mujer, recuerdo escasamente mis padres conversando con ella, yo sentada en su sofá comiendo galletas y bebiendo chocolate caliente, no recuerdo mucho su rostro, pero sí que cuando era más chica íbamos más seguido a su casa.

Entre a la panadería y me dirigí a la caja. Donde había un hombre moreno, de unos treinta años, limpiando dicho mostrador.

-Em... Buenas tardes señor -hablé provocando que dejara de limpiar y posará su atención en mi.

Llamados Y Escogidos © [TRILOGÍA]Where stories live. Discover now