Epílogo

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Bogotá, Colombia 2082

Clínica Shaio

El bip constante de las maquinas propias de un hospital despertó a la mujer que dormía cansada en el sofá de aquel cuarto frio con un libro en las manos. La mujer de alrededor de los cincuenta años lucia casada y algo triste.

—te ves cansada —escuchó una vos raposa de la mujer anciana de cabello blanco que se encontraba en aquella cama de hospital rodeada de aparatos que median sus signos vitales— deberías ir a descansar Antonia yo estaré muy bien lo prometo.

—está bien —habló Antonia acercándose a tomar la mano de la única de sus madres que quedaba con vida, su tanto era frio y sus manos se sentía cada vez más delgadas.

Antonia ya había vivido ese proceso dos años antes, cuando su madre Daniela había caído enferma en ese mismo hospital y había muerto entre los brazos de María José.

—no está bien —se quejó su madre— llevas aquí toda la semana

—no quiero dejarte sola mamá —dijo la mujer que no quería admitir que realmente estaba muy cansada

—no estoy sola, Betty me cuida —dijo María José sonriendo, pues ella misma había bautizado así a una de las maquinas conectadas a su cuerpo.

—si y Betty dice que debes tomar tu medicina señora doña Poché —habló Antonia acercándose a donde estaban las medicinas de su madre

—tu me vuelves a decir doña Poché y yo te desheredo —se quejó Poché como apodaban a la anciana desde que ella era muy joven.

—haz visto todo lo que ha llegado para ti esta semana —señaló Antonia a los regalos que adornaban la habitación— muchos de tus Cachers están muy al pendiente de tu salud.

—lo sé, después de todos estos años los Cachers siguen presentes para nosotras —habló Poché suspirando al recordar a la mujer con la que compartió toda su vida, a la mujer que cada día que pasa extrañaba más.

—y seguirán esa gente no para mamá —comenta Antonia sintiéndose muy agradecida con todo el apoyo que había recibido de personas que no conocía, pero que tenían una vida amando a sus madres, personas que fueron el apoyo mas grande para ella y Poché cuando Daniela murió hacía ya dos años atrás.

—¿Cómo están los niños Antonia? —preguntó Poché.

—extrañándote —respondió —Fernando no deja de llamar porque los gemelos se mueren por verte, solo que los médicos aun no nos autorizan, hablé ayer con el doctor Jiménez y dijo que, si seguías así de bien, probablemente mañana puedas recibir vistas de ese par de adolescentes sin control.

—diles que su abuela les ordena que se porten mal en la escuela —bromeó la anciana.

—la última vez que aconsejaste a mis hijos los suspendieron tres días del colegio —

—no es consejo es una orden, como MI CALLE decía el que no se divierte se amarga —dijo Poché con un puchero.

—estoy segura de que mi mamá jamás dijo eso ma —río la mujer.

—¿ya comiste Antonia? —preguntó poché en un tono más serio, haciendo que Antonia solo lo negara con la cabeza— ve a comer y aprovecha para llamar a los niños y a Fernando, créeme no iré a ningún lado.

—¿segura que estarás bien? —preguntó la mujer, quien además de cansada moría de hambre.

—que si —dijo la anciana exasperada— solo pon la televisión en las caricaturas y ve a comer algo.

—bien —dijo la mujer encendiendo el televisor en una caricatura vieja que a su madre le gustaba— solo bajaré a la cafetería y regreso super rápido

—ve —

—te amo — dijo Antonia depositando un besó en la frente de su madre.

—te amo más —respondió Poché con una sonrisa.

María José lo sabía, no había querido decirle nada a su hija para no preocuparla, pero algo dentro de ella le decía que había llegado el momento, un momento que espero dos años desde que el amor de su vida se fue primero que ella.

La mujer había tenido una vida única y maravillosa, vivió con el amor de su vida, juntas cumplieron cada uno de sus sueños y sus metas, vivieron para mostrarle al mundo que el amor existe y que es todo poderoso. No había nada de lo que se arrepentirá, nada que la detuviera. Ahora lo único que quería esa anciana mujer era reencontrarse con la persona a al que hace muchos años le entregó su alma entera.

Permaneció mirando hacia la ventana de la habitación donde podía ver como había comenzado a llover, ella les había tomado un cariño raro a las tormentas desde su juventud, pues algo hermoso había en cada tormenta, por mas tempestuosa que esta sea siempre tiene destellos hermosos que sanan el camino que recorren, justo como la vida y las personas que conocemos en nuestro camino.

Algunas serán huracanes, otras serán delicados vientos, o simples lloviznas, otras más serán terremotos y no tormentas, algunas personas tsunamis y otras más si tenemos suerte serán nuestras tormentas personales. Aquellas que pueden destruirnos tanto como sanarnos, tormentas que marcan tu vida y estas dispuesto a pasar por mil catástrofes solo por poder tenerlas cerca.

Para María José su tormenta, su calma, su arcoíris y su destino se llamó Daniela Calle. Con ese pensamiento en su cabeza la anciana comenzó a sentir algo de frio, si bien su habitación siempre estaba fría el descenso de la temperatura esta vez llamo su atención, la televisión se apagó de pronto y un silencio invadió aquel lugar.

Una sonrisa apareció en el rostro de la mujer, quien mirando hacia la puerta supo que había llegado la hora, un destello apareció en sus ojos cuando una felicidad infinita la invadió, al poder ver lo que nadie más podía; parada en aquella puerta estaba la mujer que había amado, solo que ahora era joven otra vez, sus pómulos perfectos y sus ojos avellana la miraban sonriendo.

Estaba lista, había estado esperándola en esta ocasión solo dos años desde su muerte y ahora el amor de su vida había regresado a buscarla solo para poder abandonar este mundo como lo que son, una sola alma.

—Llegas tarde Daniela —dijo María José justo antes de que sus ojos se cerraran haciendo que las maquinas conectadas a sus signos vitales dejaran de emitir ese bip característico y se apagaran junto con su vida. 





Gracias. 

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora