Capítulo 12. Balam, el caprino de la lobreguez.

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"Respiré en el infierno para inhalar el poder que tengo ahora, despedacé a los paganos con el veneno de mi ego."

Al salir del castillo no pude quitar la mirada del mismo, su arquitectura era una perfecta obra neorromántica siendo una fantasía construida como un castillo medieval, apenas lograba mirar la torre del patíbulo entre la subyacente bruma. Mientras escudriñaba con atención el entorno supe que el castillo estaba situado en una montaña bastante enaltecida, sin embargo, se podía observar los collados desde ese punto de altura; la nieve era blanca y grácil como el algodón, cubría las colinas más altas abrazándolas de ventarrones helados que levantaban la escarcha, los árboles abrían un empinado camino entre la tiniebla anublada.

Decidí elegir ese camino como atajo de escapatoria, mientras bajaba despacio por el barranco me dirigía a un camino más fácil de recorrer, así que comencé a correr lo más rápido posible. Era importante aprender a sobrevivir en esas condiciones arriesgadas, al comenzar desde cero sabía que nada sería fácil a partir de ese momento, me detuve luego de tener el presentimiento que había perdido algo, no captaba la idea de lo que había extraviado hasta que recordé el abrigo de piel que llevaba puesto.

El momento que desperté en el patíbulo no lo tenía puesto y tampoco recordaba habérmelo quitado o dejarlo en el castillo. Era inservible revisar el recorrido para buscarlo, entonces, comencé a correr mucho más rápido hasta que me iba alejando del castillo. Cubría la herida de mi hombro derecho con mi mano izquierda, procuraba llegar a algún sitio que no pudiera ser reconocido por nadie, con el tiempo decidiría en construir un pequeño hogar cálido, buscar mi propia comida, diseñar un mapa ideal y proteger mi salud.

El eclipse había terminado cuando la Luna quedó roja como la sangre que quedaba por derramar, no quería mirar a ningún lado que no fuese el frente de mi camino, era una noche perfecta para que las criaturas nocturnas salieran de sus cuevas, esas a las que muchos Pleyadianos temían.

En el camino me topé con criaturas malignas, esas que se ocultaban en los matorrales de aquella espantosa penumbra, aparte de luciérnagas y ojos brillantes que me rodeaban por todos lados, podía escuchar rugidos y gruñidos estruendosos me atormentaban en cada paso, tapaba mis oídos con ambas manos al escuchar los murmullos de almas en pena, clamaban con llanto de odio y dolor en aquella negrura que me perdía.

Los despojos putrefactos de humanos y animales yacían en el suelo del bosque, por lo que generaba un maloliente olor a muerte en todo el camino, de pronto, se sugestioné al encontrar bajo la niebla una fila de huellas en la arena, tuve la curiosidad de seguir las hasta donde podían llegar. Las huellas eran de un rumiante, cada vez que las seguía me generaba una atracción portentosa, me sentía hechizado en continuar el largo camino que llevaban huellas.

Nunca supe en qué momento me aleje más de lo que había visto, me concentré tanto en las huellas que pasaron más de 40 minutos de camino, hasta que había salido de la montaña sin darme cuenta. Fue asombroso cuando logré salir de Núremberg, había llegado a una larga carretera desolada en medio de la nada, estaba un cartel enorme que decía:

¡Bienvenido sea a Memphis!

Entonces, decidí continuar mi trayecto en dirección norte hasta que la niebla iba desapareciendo.

La carretera era un lugar abandonado y caliente, el cambio de temperatura era frenético como para comenzar a sudar, Núremberg se caracterizaba por ser una región de temperaturas bajas. El calor de Memphis era abrasador, rompí la tela de la túnica y preferí dejar mi torso desnudo, me detuve un momento para enmendar la perforación del aguijón, si no me apresuraba en sanarla tarde o temprano comenzaría a infectarse.

Amoldé la figura de la tela para hacerla concordar con la herida, hice un nudo apretado que partía desde el dorso hasta que logré envolver mi brazo, así mismo, impedía el sangrado con la presión de la tela o me protegía de cualquier tipo de infecciones. La asiduidad del sudor goteando, humedecía mi frente como el caer de la lluvia ácida sobre mi cabello, eliminaba la transpiración que goteaba en mi cutis con un pedazo de tela que reserve en el bolsillo de mi túnica.

𝐏𝐋𝐄́𝐘𝐀𝐃𝐄𝐒 𝟭 (𝕯𝖊𝖑𝖚𝖝𝖊 𝖊𝖉𝖎𝖙𝖎𝖔𝖓)Where stories live. Discover now