Capítulo 20. La crueldad.

112 44 4
                                    

"El llanto me convirtió en un hombre más despiadado que Herodes, robaron mi luz y presumieron de ella en aquellos días de duelo."

  ¿Ahora qué puedo hacer? ¡No puedo escapar de esto! ×PenséØ, era propicio que mantuviera mi vanguardia en medio del suplicio. No sabía cómo había llegado a ese desastre, todo el poder y la inteligencia que obtuve al salir de las catacumbas no parecía tener ningún sentido; me alejaba de aquellas posibilidades de reinar en el mundo de los vivos y de los muertos.

– Míralo, se ve tan inocente, –dijo Moisés–, lo sé, lo sé, es una rica presa. Quiero, q-q-quiero destrozarlo. ¡Déjame! ¡Basta! ¡Me aturdes! –Rezongó–, no quiero hacerlo, no, no me obligues ¡TE LO SUPLICO!

Moisés peleaba con sí mismo, se contradecía y se enfurecía debido a la esquizofrenia crónica.

– Se ve crujiente, –musitó Lord–, después de que lo mate querré despedazar sus extremidades. ¡No! ¡No lo haré! No quiero matar a nadie más, pero quiero ver su sangre derramarse en el suelo como la lluvia acida.

Lord no sabía lo que hablaba, sus incoherencias eran insólitas como su bipolaridad.

– Ahora si podrá arrastrarse en el infierno, la maldita bruja ya está acabada, –dijo Gastón–. Ahora falta él, sufrirá tanto como lo hizo nuestra Diosa.

La horda de verdugos se acercaba despacio hasta mí, murmurando y refunfuñándose entre ellos.

– Le trituraré las manos –masculló Gastón–.

– Hoy desaparecerán los herejes en nombre de nuestra Diosa, –repuso Edward–.

– ¡AAAAAAAAH! –Rugió Roxette dando un repentino salto hacia delante–.

Roxette se retorcía en la cruz clavada de manos y pies.

Cuando los verdugos se acercaron a donde me situaba, de rodillas estaba arrinconado a una pared ocultándome de los villanos que querían mi alma, mi rostro estaba constreñido y atemorizado como si todo lo que veía me afectase, la única manera en la que me desconcertaba era mirar a las condiciones que fustigaron a Roxette. Edward y Moisés me acorralaron, daban cada paso con lentitud mientras que los demás vacilaban de la vaharada, Moisés se apresuró un poco y con un gemido se lanzó a mí hasta levantarme frente a los inquisidores; Roxette lanzó una débil mirada con los ojos perdidos en aquellos vasos sanguíneos que se rompían, sus parpados estaban rotos y fulminados por los azotes que les declinaban, sus cuencas oculares estaban hundidas y amoratada entre aquel pusilánime rostro descarnado y hostil.

Resoplé con dolor cuando Moisés me cargó entre sus brazos y me arrojó al suelo como una bolsa de basura, a fin de qué, los nativos de Memphis y otros pleyadianos seguían gritando plegarias lúgubres pretendiendo la purificación de mi espíritu, así como, católicos, musulmanes y aquellos seguidores de Andrómeda. Las creencias en Pléyades eran un luctuoso desastre, las religiones contemplaban la ignorancia de los pleyadianos con el propósito de convertirlos en paganos.

Cristo bendecirá el alma de los pecadores en el nombre de su padre, con su manto cubrirá a los siervos que sean desfavorecidos por Lucifer.

Decían los católicos.

Andrómeda bautizará a sus esclavos, somos inicuos del pecado al ser hijos de la perfección que nuestra Reina nos dio.

Pronunciaban los prodigiosos creyentes de Andrómeda.

Alá es grande, Alá es fuerza, Alá es vida, Alá nos salvará del apocalipsis.

Encumbraban los musulmanes.

𝐏𝐋𝐄́𝐘𝐀𝐃𝐄𝐒 𝟭 (𝕯𝖊𝖑𝖚𝖝𝖊 𝖊𝖉𝖎𝖙𝖎𝖔𝖓)Where stories live. Discover now