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El timbre suena y eso significa la salida de clases. Me llevaba muriendo de hambre desde que me senté en este pupitre, y de eso hacía ya una hora y media.
Salgo rápidamente para poder aprovechar al máximo los diez minutos que poseía, también llamado descanso entre clase y clase, y voy hacia la máquina expendedora de siempre.

Una barrita de chocolate y cacahuete es mi elección número uno estos últimos cinco meses. Desde que llegué, es en lo que más dinero invierto.

Diréis, uh, dinero. ¿Como tienes dinero si no tienes familia? Pues mira, yo que sé. No sé ni cómo me están pagando este colegio.
Al principio pensé que se habían confundido, pero el director se encargó de decirme como 7 veces que me habían costeado el colegio. ¿Quién? Pues legalmente se le dice tutor legal, yo prefiero llamarlo ángel de la guarda.

Sin ese extraño ser yo no estaría aquí. Seguramente estaría en un orfanato distinto, a sólo un mes de cumplir 17 años y deseando morirme. A veces deseo esto último aún estando en un lugar lujoso, pero supongo que va en la personalidad de cada uno.

La barrita dura en mis manos aproximadamente tres minutos, el tiempo justo para beber agua y volver a dirigirme a clase. 

Estoy a punto de cruzar la esquina para llegar a mi clase correspondiente cuando escucho una voz extremadamente familiar. Una sonrisa maliciosa nace en mi boca y me pongo las manos unidas tras la espalda, dando una gran zancada, avanzando dispuesta a girar la esquina cuando mi sonrisa se borra y retrocedo, escondiendo tras la pulcra pared gris. 

El señor Anderson, el queridisimo director de este colegio, no estaba solo como yo me esperaba. Un hombre joven estaba a su lado, de perfil a mí y cara a cara con Anderson. 

Era jodidamente atractivo, y eso que solo veía su perfil. ¿Ese pelo era legal? Quería tirar de él para comprobar que no era una peluca, pero eso seria muy imprudente, por lo que me dedico a observar sus gestos. Su mano se mueve y agarra su cabello, que era castaño, algo largo y un tanto ondulado. No era muy...deportista, era más bien pobre de músculos, pero la altura que le caracterizaba le hacia lucir muy bien. 

Le miro de arriba a abajo...camisa negra por dentro de unos pantalones oscuros...con unas botas. Qué persona tan oscura y sexy...

Me giro y pego a la pared cuando levantan la mirada en mi dirección. Las voces cesan y yo decido empezar a caminar en el sentido contrario, escondiéndome tras una gran planta que se encontraba tras una pequeña esquina de pared cuando las voces se acercan. Ellos aparecen donde yo estaba previamente, pero me concentro demasiado en no moverme como para poder escuchar sobre su conversación. 

Anderson le muestra por la vidriera lo que supongo será la pista de tenis...o quizá la piscina exterior, quién sabe. Aguardo casi sin respirar a que ambos hombres continúen su camino, y cuando desde mi escondite compruebo que ambos habían salido por la puerta salgo. 

Corro sabiendo que llego tarde a clase, suplicando mentalmente que me dejen acceder a clase de matemáticas. Toco y abro, encontrando veinte cabezas giradas en mi dirección, pero a mi solo me importa la vieja decrepita que me mira con una sonrisa perversa desde la pizarra. Sostiene una barita de madera que usa para señalar los lados del triangulo dibujado...y yo me contengo a mi misma para no salir de allí corriendo. 

― Qué sorpresa...Briana llegando tarde a clase... ― sonrío, apretando los labios. ― Si logra resolver este problema...podrá sentarse. ― tiende la tiza hacia mi y yo cierro la puerta tras de mí. 

Escucho varios murmullos pero los ignoro mientras cruzo la clase, cogiendo la tiza y mirando el pizarrón. ¿Qué se suponía que era eso? ¿Trigonometria? No sabría decir si era siquiera un triangulo o un rectángulo...hoy en día contratan a cualquiera como profesor. No comprenden que cualquiera no vale para eso. 

INSTRUCTOR | Timothée Chalamet |Where stories live. Discover now