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                                 La verdad

Tomo asiento en uno de los sillones del despacho del padre de Nia, tan acogedor como siempre.

Como siempre que entrabamos sin su permiso aprovechando que no estaba en casa.

Estábamos aquí ambas, sin Sanem pues estaba castigada por mantener una acalorada discusión con la maestra de filosofía. Nuestra amiga no sabía distinguir los distintos puntos de vista filosóficos, así como no entendía del todo que a un maestro no se le debe contradecir. Por ello tiene la fantástica tarea de ordenar toda la biblioteca, cortesía de Russo.

Cada día lograba sorprenderme un poco más acerca de cómo podía maquinar cosas tan perversas dentro de su cabeza. Las malas ideas y las formas de torturarnos seguramente abundaban en su mente, arriesgándome a apostar que eso era con lo que fantaseaba antes de dormir, pues siempre tenia castigos nuevos para nosotros.

― Debemos darnos prisa. ― la voz de mi amiga suena un tanto preocupada mientras toma asiento en la silla giratoria principal, arrastrándose con ella hasta quedar frente al gran ordenador.

― Cierto, disculpa. ― dejo mi lugar y camino hacia ella, quedando tras la silla, apoyando mis brazos en el respaldo. ― Sigo sin creerme que hayamos podido salir así de fácil...

― Es lo que tienen las reuniones importantes, requieren mucho tiempo.― me responde, tecleando a la velocidad de la luz.

La gran pantalla se ilumina frente a nosotras. Mi amiga accede con una contraseña y da paso al escritorio principal, repleto de carpetas.

Habíamos escapado del colegio en el cambio de guardia. Anderson y Russo se encontraban en una reunión con los rectores y cargos altos que habían venido desde la capital, por lo que la reunión iría para largo y nos daba un gran margen de investigación.
El señor Richardson, padre de Nia, tampoco estaba en casa, pero su trabajo como agente de la brigada de investigación del gobierno le daba muchas ventajas.

Si gracias a este ordenador y sus carpetas no lográbamos descubrir quién es Timothée Chalamet, desde luego nunca lo sabría.

― Esto es ilegal, ¿verdad?

Ella asiente. ― Necesitamos una orden o un motivo para acceder a estos datos. ― teclea y abre una carpeta, que se encontraba a su vez dentro de dos carpetas más y que había requerido tres contraseñas. ― Podríamos buscar a cualquier ciudadano de Estados Unidos...a quién sea. ― se voltea a mirarme.

Siento de repente mucha presión. Algo ejerce fuerza en la parte trasera de mi cabeza, cómo queriendo que me diese cuenta de que esto no era lo correcto...¿no era lo correcto descubrir de una vez quién es mi tutor? En Internet no decían nada sobre él, sólo podré encontrarle aquí.

Es lo justo, me lo merezco. Merezco saber quién es la única familia que me queda.

― No pasará nada...será rápido. ― murmuro y ella vuelve a mirar la pantalla.

Frente a nosotras aparecen millones de letras que se ordenan a velocidades surrealistas. Las paginas se cargan una tras otra sin dejarnos enfocar la mirada en algo concreto debido a la velocidad con la que se habían situado en la pantalla.

Nia teclea y mueve la flecha con el cursor con agilidad, frenando la página unos minutos después. Una "T" aparece en la esquina superior izquierda, dejando ver un listado interminable de nombres que comenzaban por esa letra.

― Bueno, esto va para largo. ― murmura, ajustándose las gafas y marcando con una uña la pantalla.

Me coloco a su izquierda, sosteniéndome con la mesa y observando fijamente la pantalla.

INSTRUCTOR | Timothée Chalamet |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora