7.

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Al llegar a casa, Rachel vio a su madre sentada mirando la tele con los ojos entrecerrados. La chica que solía cuidarla por las mañanas acababa de irse, y su madre parpadeó levemente al verla. Creía que era de nuevo la chica que había estado antes allí porque no recordaba su cara. La enfermedad avanzaba a pasos agigantados, y en unos meses ya no podría levantarse por sí sola, tampoco comer o recordar que había alguien en su casa.

—¿Vienes a hacerme la comida? —Rachel dejó su bolso y su chaquetón en el perchero de la entrada, sacudiéndose un poco el agua que había caído en su pelo.

—Sí, ¿qué quieres de comer? —La señora caviló lo que le dijo su hija durante unos segundos.

—No lo sé —respondió confusa. Rachel bajó la cabeza con una sonrisa y asintió, acercándose a la puerta de la cocina—. ¿Dónde está la niña? —La maestra giró la cabeza rápidamente al escucharla.

—¿Qué niña? —Se acercó a ella con rapidez, esperando la respuesta de su madre.

—Una niña que estuvo aquí el otro día. Comió conmigo, era muy chiquita, con los ojos marrones. —Rachel se puso de cuclillas delante de ella, con las manos delante de la boca, intentando no emocionarse. Que su madre recordase algo de las últimas semanas era algo insólito, un logro, algo que le daba esperanzas a Rachel, no porque creyese que su madre iba a curarse, sino porque quería que la recordase a ella una vez, sólo una.

—Se llama Chloe, ¿quieres verla otra vez? —La señora Scott asintió levemente—. Mañana te llevaré con ella.

Rachel fue a la cocina, y con un poco de pollo y verduras, la maestra hizo un plato de pollo al horno con verduras y salsa de frambuesas. No le gustaba hacer comida rápida, se tomaba su tiempo. Decía que la cocina con cariño era siempre la mejor, por muy tópico que fuese eso, ella siempre lo llevaba a la práctica. Si no hubiese sido profesora, probablemente habría montado un pequeño restaurante de comida tradicional de Massachusetts.

Rachel sacó las pechugas de pollo, las puso en la bandeja del horno embadurnadas con aceite, pimienta y sal. Cortó unas patatas baby por la mitad y las colocó alrededor de las pechugas y las metió al horno. Mientras el pollo se hacía, preparó una salsa de carne intensa que iría por encima del pollo.

Cuando su madre se sentó a la mesa y tomó el primer bocado, sonrió, asintió y dio otro bocado.

—Deberías ser cocinera.

*

El sonido de las olas chocando con los cimientos de madera de la casa resonaba en toda la vivienda. Se colaba por las ventanas, atravesaba los muros, las puertas y acompañaba las lentas respiraciones de Chloe y Reign. La luz azul se reflejaba en las paredes y en las caras adormiladas de la sheriff y su hija, que dormían plácidamente, en mitad de la noche.

Los músculos de Reign se relajaron en cuanto su cuerpo tocó su colchón, amoldándose a su cuerpo, y tan pronto como cerró los ojos se quedó dormida. Ella siempre había tenido problemas de sueño desde que sus padres murieron, ni siquiera en la marina dormía las horas suficientes para tener energía durante todo el día, pero ahora tampoco.

Ahora dormía, pero tenía pesadillas recurrentes en las que Julia se aparecía delante de su cama, con la cara putrefacta, la ropa hecha jirones, llena de barro y sangre. Reign sabía que era un sueño, así que, en un momento determinado, abría los ojos y miraba a su alrededor. No había nadie, entonces volvía a dormir. A veces no conseguía conciliar el sueño y bajaba a comer algo a la cocina, o a beberse un vaso de whiskey. Otras sí que lo hacía, y entonces soñaba con sus padres.

Su madre y su padre aparecían colgados bocabajo del mástil de un barco, con la tez pálida y morada, con ojos completamente blancos que la miraba fijamente. Entonces volvía a despertarse, y ya no había tiempo para volver a dormirse.

heridas abiertasWhere stories live. Discover now