12.

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Pasaron las semanas y, desde ese día, Reign no volvió a saber de la profesora, aunque sabía que estaba bien porque Chloe seguía hablando de ella en casa. Observaba cómo la pequeña creaba un retrato de Rachel como si fuese una heroína, porque en realidad la profesora para Chloe reflejaba más la figura de madre que Reign.

Al principio no le importaba, pero algo estaba cambiando en la vida de la sheriff y le hacía ver a su hija como su hija por primera vez en casi cuatro años.

Chloe estaba sentada en la silla de su despacho, a la que le había puesto algunos cojines para que pudiese llegar a la mesa. Miraba a su madre con curiosidad, que se quitaba la chaqueta del uniforme para quedarse en aquella camisa azul marino.

Ella siempre supo que su madre no era como las demás, porque su madre no cocinaba como hacían las demás y no mostraba ese comportamiento afectivo que tenían las madres con ella.

Pero no solo era eso, sino también por su oficio y su físico. ¿Qué madre era policía? Y sobre todo, ¿qué madre tenía los músculos que Reign tenía? A Chloe le parecía curioso y gracioso esos marcados abdominales que la agente cubría normalmente, y en los días de verano, cuando su madre se quedaba dormida en la hamaca de la piscina, se dedicaba a pintar los surcos de sus abdominales con rotuladores.

—¿Quieres un zumo? —Le preguntó Reign, y Chloe asintió poniendo los brazos en la mesa—. Te he comprado de estos... —La sheriff se giró en su silla e inclinó su cuerpo para llegar a una pequeña nevera que tenía en su despacho—. Estos te gustan, ¿no? —Chloe asintió con vehemencia mientras su madre hincaba la pajita en el cartón de zumo y se lo puso en las manos—. ¿Quieres un sándwich cuando lleguemos a casa? —La pequeña asintió mientras sorbía el zumo.

—Y galleta...

—Y galletas —murmuró Reign mirando la pantalla de su ordenador, que iba bastante lento, mientras reordenaba algunas de las pruebas sobre el posible asesinato de la señora Scott—. Coge tu mochila, nos vamos a casa.

Chloe se bajó de la silla con alguna dificultad y agarró su pequeña mochila rosa y azul, corriendo hacia la puerta del despacho de su madre. Reign se enfundó la chaqueta y salió del despacho junto a su hija. La niña siempre se despedía de todos los de la oficina moviendo su manita levemente y una sonrisa en el rostro, siempre agarrada a la mano de su madre.

—Mamá, tero i con la seño... —Le preguntó con voz tierna. Reign lo meditó durante unos segundos, pero acabó accediendo a la petición de su hija.

Pararon frente a la tienda de libros de las Scott y vio que la puerta estaba entreabierta, así que empujó aquella puerta de cristal y entró con su hija de la mano, que miraba a todos los lados asombrada por la cantidad de libros de la tienda.

Escucharon un ruido en la trastienda, y con solo un apretón en la mano antes de soltarla Reign le hizo entender a su hija que se quedase allí detrás. Al entrar, la agente levantó la cabeza y observó a Rachel subida en un andamio mientras rebuscaba algunos libros, pero la profesora dio un paso en falso hacia atrás y perdió pie y cayó de una altura de tres metros, aterrizando en los brazos de la sheriff, que amortiguó y frenó su caída por completo.

—¡Ay, por Dios! —Gritó la profesora del susto de la caída y de encontrarse con alguien que la sujetaba al caer.

—Buenas tardes, señorita Scott. ¿Está usted bien? —Rachel asintió con los ojos cerrados, apretando los brazos alrededor del cuello de Reign para abrazarla.

—Sí, sí, muchas gracias. —Reign dejó a la maestra en el suelo, y quiso decirle algo, pero Chloe irrumpió corriendo hacia los brazos de Rachel, que se agachó para cogerla en brazos—. ¿Qué hacéis aquí? ¿Has merendado ya? —Chloe sacudió la cabeza para negar—. ¿No? ¿Aún no?

heridas abiertasWhere stories live. Discover now