9.

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Las mañanas siempre eran difíciles para Chloe. Se levantaba a las seis de la mañana, se duchaba y vestía, luego levantaba a su madre, también la bañaba, aunque esto era un poco más difícil, puesto que había que sentarla en un taburete en mitad de la ducha y enjabonarla entera. Normalmente solía tener problemas porque no dejaba que la viese desnuda, hasta que después de explicarle mil veces que era la chica que la cuidaba, dejaba que la bañase. Después debía vestirla, y acto seguido

prepararle el desayuno. Ese día tocaba puré de manzana asada con una infusión de menta, ese plato le encantaba a su madre. Lo raro de ese día fue, que su madre no peleó con ella al bañarla, simplemente le hizo caso y se metió en la bañera sin rechistar.

Mientras la señora Scott desayunaba, Rachel revisaba algunos de los trabajos de ortografía que realizaban sus alumnos, tomando solamente una taza de café.

—Me suena mucho tu cara —comentó su madre, tomando una cucharada de puré de manzanas.

—Sí, es normal que me recuerdes, me paso los días contigo —respondió su hija, levantando la cabeza de los papeles que tenía entre sus manos, pero la señora Scott sacudió la cabeza.

—Rachel. Tú eres mi hija Rachel, ¿verdad? —A la profesora la poseyó un temblor que hizo que se le cayesen los folios de las manos—. Sí, tu eres mi Rachel.

—¿Mamá?

Aquella palabra había estado prohibida durante más de un año. Rachel se lanzó a sus brazos, y dejó que su madre la arropara. Sonreía, pero las lágrimas caían por sus mejillas y el llanto se hacía incontrolable. Era como encontrarse de nuevo con ella, como si volviese a tener cinco años y estuviese recibiendo su abrazo. La señora Scott plantó un tierno beso en la cabeza de su hija, y acarició su pelo con la mano.

—Estás muy guapa, Rachel. ¿Dónde está el pequeño Jimmy? —Aquella pregunta destrozó a Rachel en pedazos. Ahora no era un llanto de alegría, ahora era un llanto desgarrador. El último recuerdo que tenía su madre de ella, era embarazada de su hijo, pero de eso ya no quedaba nada—. ¿Qué te pasa, hija?

—No me dejes otra vez, mamá... —Suplicó sollozando, sintiendo la caricia de su madre en su espalda, y otro beso en la mejilla.

—Pero si estoy aquí, cariño.

Y mientras Rachel lloraba, la imagen de Rachel como su hija se fue difuminando de la mente de la señora Scott, y ahora lo único que sabía es que tenía a una desconocida encima.

*

Chloe era tan pequeña en relación a sus compañeros, que los niños, para meterse con ella le alejaban su caja de lápices hasta el centro de la mesa para que no pudiese cogerlo. Chloe miraba a su alrededor, y se preguntaba quién lo había puesto allí, pero nadie parecía ser culpable de aquello. Así que, con sus dos coletitas cortas que botaban con cada pasito que daba, se acercó a la mesa de la profesora, que corregía las cartillas de ortografía de sus alumnos.

—Seño... Mis colores tan lejos. —La pequeña señaló su mesa con gesto triste, y Rachel se levantó, yendo con paso firme hacia la mesa redonda donde se sentaba Chloe y cogió su caja de lápices, volviendo a acercándosela.

—Ya está. Chicos, basta ya. Ni una vez más —reprendió la profesora, haciéndole una caricia en la mejilla a la niña—. No seáis malos, por favor.

Al irse Rachel de nuevo a su mesa, Chloe volvió a subirse a su sillita, y esta vez, el niño que se sentaba a su lado, Bryan, le dio un empujón en el brazo.

—¡Au! —Gritó Chloe quejándose, pero había tanto ruido en la clase que no se escuchó—. ¿Po que me hace pupa...? —La pequeña se frotó el brazo, haciendo pucheros, y Bryan volvió a empujarla. Rachel, que había levantado la cabeza en ese momento, se levantó al instante al ver el empujón.

heridas abiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora