28.

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La Navidad no era una época en la que tomarse vacaciones porque la autoridad nunca descansaba. Le daba reparo dejarle a Chloe a su hermana después de haber estado un mes viviendo con ella, y dejársela a Rachel sería poner en peligro su puesto de trabajo, pero al despertar Chloe tenía fiebre. Las mejillas enrojecidas, los ojos brillantes y acuosos la advirtieron de que su temperatura había subido hasta los treinta y nueve grados.

Sabía que no podía sacarla siquiera de la casa, pero a esa hora no paraban de llegarle mensajes de John avisándola de novedades sobre la llegada del perfil psicológico de Robert Hemmings y el inspector Hastings la requería al teléfono.

Reign: Lo siento, tengo a mi hija enferma. Que espere.

John: Dice que no puede esperar y yo tengo un pequeño problema aquí.

Si odiaba a Will Hastings en Nueva York, su tercer día en Gloucester lo estaba convirtiendo en un maldito infierno.

No tuvo opción, ni siquiera le quitó el pijama y la envolvió en su chaquetón y una manta enorme antes de salir a casa de Rachel. Se olvidó de llamar, simplemente olvidó que debía llamarla para avisarla de que iba a dejarle a Chloe. Llamó a la puerta de forma insistente, hasta que escuchó los pasos apresurados de la profesora.

—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?

La profesora se recolocó el pelo como pudo. Sus ojos denotaban hinchazón porque apenas acababa de abrir los ojos y parecía alterada envuelta en su bata de color rosa palo.

—Tiene fiebre y tengo que ir al trabajo. Cuídala hasta que vuelva, ¿vale? ¡Y perdón, perdón! —Decía mientras dejaba a la pequeña en sus brazos.

—No te preocupes, vete tranquila.

Pero no, no estaba tranquila. Estaba enfadada y no sabía por qué, pero lo sabría nada más poner un pie en la puerta de la oficina de policía. La primera que la recibió fue la señora Bennet, que le dio una caja con el uniforme nuevo que había llegado en el mes que había estado fuera. Según vio, ya lo llevaban la mayoría de los agentes.

—¡Reign! Te está llamando el inspector de Nueva York —se apresuró a decirle John, poniéndole el teléfono en la oreja.

—Soy la sheriff Andersson. Qué ocurre —preguntó indirectamente, con un tono seco y desganado. Se sentó en la silla de su escritorio e intentó concentrarse en la llamada.

—Inspectora Andersson, qué alegría escucharla. La llamo para informarle de que hemos emitido una orden de busca y captura en el estado de Massachusetts. Además de eso, hemos encontrado diferentes denuncias por violación y todas las mujeres describían al mismo hombre; Robert Hemmings.

—Inspector, ¿puede hacerme un favor?

—Dígame.

—Envíeme todo lo que recopilamos allí. Vídeos, fotos, documentos, lo que sea.

Reing colgó el teléfono y se frotó los ojos con pesadez y desidia hasta que el picor de sus ojos parecía desaparecer. Se frotó las sienes con los dedos y miró la foto de su hija en la mesa de su despacho. Había decidido poner una de cuando apenas tenía un año y dormía plácidamente en el sofá abrazada a su muñeco con el chupete en la boca. Nunca le dijo a nadie que tenía fotos de su hija porque se sentía culpable, porque en ocasiones le pareció que Chloe no era su hija y no debía hacerle fotos.

*

Cuando Rachel tocó la frente de la pequeña, reparó en que no tenía mucha fiebre, quizás algunas décimas, pero no era para preocuparse. Quizás tenía mal cuerpo y eso le provocaba sueño, así que la tumbó en su cama, y sin darse cuenta se escondió entre el edredón, haciéndose una diminuta bolita entre los brazos de su profesora.

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⏰ Last updated: Jul 11, 2020 ⏰

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