11.

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Reign se plantó frente a la puerta de la librería de la señora Scott. Allí su hija estaba sentada detrás del mostrador con un montón de cajas a su alrededor, donde escudriñaba algunos ejemplares de libros antiguos entre sus manos. La rubia se recogió el pelo en un moño, parecía más calmada, aunque igual de triste.

Reign abrió la puerta y captó inmediatamente la atención de la profesora, que esbozó una sonrisa casi imperceptible. Había puesto algunas velas de limón en la tienda, porque la bombilla se había fundido y lo único que tenía para alumbrar era eso, pero desprendían un maravilloso aroma cítrico que inundaba la tienda.

—Hola, buenos días, señorita Scott. ¿Está ocupada? —Rachel levantó la cabeza del libro y se levantó de la mesa, negando—. Tengo que hablar con usted.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó con el gesto torcido.

—Nada, solo quería preguntarle algunas cosas sobre... Su madre, sé que no es fácil, pero necesito preguntar.

Rachel le hizo un gesto a Reign con la mano y se dirigió con ella a la trastienda. Allí había una cafetera humeante, varias revistas en una mesa redonda y dos sillones con patas de madera de color verde.

—¿Quieres un café? Hace frío —ofreció Rachel, que hablaba en voz muy baja.

—Sí, claro —aceptó la inspectora, que se quitó la chaqueta del uniforme y la dejó sobre el sillón, dejando el dossier de la autopsia en la mesa.

—¿Con azúcar?

—No.

Rachel sirvió las dos tazas de café, y se sentó frente a Reign con la taza entre las manos. Estaba fría, pero no sabía si era por su estado anímico o por la situación personal en la que se encontraban.

—Señorita Scott, he pensado que le gustaría ver la autopsia de su madre, murió a causa de un infarto. —Rachel contuvo la respiración y las lágrimas, viendo cómo la inspectora colocaba los cinco dedos en el dossier y lo acercaba hacia ella, pero la profesora no tocó la carpeta, ni siquiera la miró.

—Voy a alquilar la casa —dijo con un hilo de voz, cerrando los ojos con la taza delante, con la que se calentaba el rostro—. Venderé la tienda y... No sé. En cierta forma pienso que me estoy deshaciendo de mi madre, y que la estoy decepcionando. Es como si al vender esta casa me estuviese "liberando" de ella, como si hubiese sido una carga.

—No se sienta así, señorita Scott. Cuando mis padres murieron me alisté en la marina y vendí la casa. Pero debemos entender que tenemos una vida por delante que debemos hacer nuestra, no anclados a nuestros padres. —Reign alzó una ceja ante sus propias palabras, dándole un gran sorbo al café que la profesora había preparado. Quizás era eso por lo que ella no podía sentir nada, porque estaba estancada en una vida que ya no era la suya.

—Sí, llevas razón —musitó la maestra con las pestañas humedecidas, cogiendo un paquete de pañuelos que tenía encima de la mesa—. Siempre me gustó una de esas casas frente al mar, con embarcadero, pero mi idea era disfrutarla con hijos y una familia, no completamente sola. —Sonrió tristemente, sacudiendo la cabeza con las lágrimas a punto de brotar de nuevo—. Siento que tengas que verme llorar así, lo siento...

—Estoy acostumbrada a reacciones mucho peores, tranquila, es normal. —Rachel esbozó una débil sonrisa y se mojo los labios en el café, dándole un sorbito.

De pronto, y sobrecogiendo a ambas, una de las pilas de cajas que había en la habitación se cayó al suelo, dejando al descubierto la caja de recuerdos de Rachel. El jersey del pequeño Jim y un par de ecografías estaban en el suelo. Reign se levantó rápidamente, casi a la par que Rachel, y cogió el jersey y las ecografías que se habían caído, recolocando bien la caja.

heridas abiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora