27.

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La cabeza de Reign chocaba en el cristal del vagón. Los kilómetros, a medida que se iba acercando a Boston, se hacían más largos y lentos. Diez kilómetros parecían media hora, y Reign se retorcía de ganas por llegar a Gloucester, que eran otros cuarenta minutos en coche. Quería ver a Chloe, a Rachel y a su hermana. Quería comer algo que no estuviese precocinado o llevase diez litros de aceite y grasa encima. Quería sentarse en su sofá y sentirse en casa.

Tres horas más tarde, el tren estacionó en Boston. Los pasajeros bajaban sus maletas de la parte superior de los vagones, y tras varias colas y control de maletas, salió a la estación.

Volvía a casa. Podía verse en la calidez de la estación. El árbol de Navidad que rozaba el techo lleno de luces, gente abrazándose porque por fin volvían a casa, puestos de chocolate y café, y en mitad de la vorágine, ella.

No sabía cómo supo cuando llegaba, lo que sabía es que estaba allí, y parecía que estaba más guapa que cuando la dejó hacía un mes. La piel, los ojos, los labios, todo brillaba más. Pero lo que más le llamó la atención, fue que mostrase su piel. Durante todo ese tiempo la había visto con jerséis, chaquetas, rebecas, pero hoy... Hoy veía sus clavículas, tres pequeños lunares que adornaban su pecho, y un escote que adornaba una blusa blanca y una chaqueta negra.

Se miraron, pero no corrieron para abrazarse, simplemente caminaron hasta encontrarse.

—Siento si lo que te digo es un poco grosero, pero...

Rachel se alzó de puntillas y colocó sus labios contra los de ella, tímidos, dándole un beso que duró pocos segundos, pero que dejaron a Reign totalmente fuera de juego. La sheriff no dio tiempo a que se separase y le siguió el beso, soltando la maleta en el suelo.

Rachel la agarró por el cuello y deslizó sus labios entre los de ella, sintiendo que la boca de Reign respondía al segundo de besarla, al igual que las manos de la agente, que la presionaban contra su cuerpo para tenerla cada vez más cerca.

Rachel no tenía pensado besarla, pero al verla se disparó. Su camisa blanca encajada en el pantalón de pinza negro, el pelo engominado y los ojos afilados, mirando a su alrededor fue como la chispa en una mecha.

La maestra terminó por separarse y mirar a su alrededor con pudor, dándose cuenta de que estaban en mitad de un montón de gente.

—Te echaba de menos —susurró Rachel, abrazándola con sus brazos rodeando el cuello de Reign. Se miraron a los ojos y sonrieron, como si quisiesen leerse después de tanto tiempo.

Reign le acarició el pelo antes de volver a besarla, lento, suave, dejando cortos besos en sus labios, hasta que consiguieron separarse.

Reign quería decirle que en ese mes la había necesitado al menos una vez al día, y no para hacer de comer, como Rachel creía, sino para, simplemente verla. Aunque no dijese nada, aunque simplemente comiese o estuviese enfadada con ella; verla ayudaba.

—Estás muy delgada. Demasiado delgada —apuntó Rachel, agarrándole las mejillas a la sheriff, que sonrió levemente.

—Ya, ha sido más por el estrés que por no comer.

Rachel la ayudó a meter la maleta en el maletero de su coche, más bien pequeño, en el que las piernas de Reign daban contra la guantera del coche. Hablaron del mes terrorífico que habían pasado ambas. Una con la incertidumbre de quién era el asesino de su madre, y la otra con las imágenes de Rachel en la cabeza. Pero tampoco es que tuviesen mucha conversación, porque para Reign el silencio con ella era placentero. Le daba calma, paz, y ya habría tiempo de hablar de lo sucedido en los días siguientes.

*

Chloe, que estaba al fondo del salón, vio a su madre de rodillas y con los brazos abiertos en la puerta y no dudó en salir corriendo hacia ella. Saltaba, gritaba, se enganchó a sus brazos y no quería irse. Parecía aún más pequeña de lo que era, como un bebé que necesitaba los mimos de su madre. Le enseñó los muchos dibujos que había hecho aquél mes sobre ella, de su tía Camille, con sus primos y con Rachel. Reign la llenó a besos, le agarraba la cara y casi la agobiaba entre abrazos y agasajos, provocando que, poco después, saliese corriendo para estar con sus primos.

heridas abiertasWhere stories live. Discover now