17.

1.7K 215 39
                                    

Observar a Reign desde la lejanía le daba a Rachel una perspectiva externa de cómo era la sheriff. Su semblante era serio hiciese lo que hiciese, incluso cuando sonreía al sentir las manitas de su hija acariciar sus mejillas, lo hacía con una tibieza que solo podía percibirse en témpanos de hielo.

Pero a pesar de todo, cuando la oficial de policía dejaba su uniforme era otra persona. Un jersey de lana celeste, unos jeans azul oscuro y unas zapatillas blancas hacían de la sheriff del Departamento de Policía de Gloucester una persona normal. Además, había dejado la gomina, y su flequillo caía sobre la frente de Reign, quitándole ese matiz serio y regio que solía tener la mayoría del tiempo.

—Pareces una persona normal —dijo la profesora, mientras Reign tenía medio cuerpo dentro del Range Rover blanco mientras le colocaba el cinturón y las correas de la sillita, lo que provocó que se asustase y se golpease la cabeza contra el borde de la puerta—. Dios, perdón, debí avisar.

Rachel acercó la mano a la coronilla de Reign para acariciar la zona donde se había golpeado, pero la sheriff fue más rápida y se frotó con fuerza.

—¿Te has cortado el pelo? —Le preguntó a Reign mientras se frotaba la cabeza con una mueca de dolor.

—Sí. ¿Nos vamos?

Rachel y Reign se conocían desde hacía unos meses, pero esos meses le había bastado a la maestra para saber cuándo la sheriff estaba enfadada, triste o feliz, y esa actitud evasiva solía ser el signo más característico de su tristeza. No mostraba ninguna emoción, las reprimía, y todo el avance que habían conseguido en su relación parecía haberse ido al garete desde la última vez hablaron aquella tarde.

—Hey, ¿estás bien? ¿Te ocurre algo?

Reign frunció el ceño y negó.

—No. Sólo que... No quería hacerte daño.

Una de las cosas que más le atormentaba a la sheriff era herir a la gente. Su paso por la Armada de Estados Unidos dejó en ella secuelas que nunca podría borrar. Desde que llegó a aquel país, su sueño fue alistarse en la Marina y servir, pero después de ver lo que ocurría en los destinos a los que los enviaban, su percepción del ejército cambió. El ejército, al igual que la policía, no existían para proteger al pueblo, sino para proteger el poder de los que los gobernaban. Sabía que formaba parte de algo más grande que ella, algo que hería a la gente y protegía a unos pocos.

—No me has hecho daño. No seas tonta, ¿está bien?

Reign frunció el ceño.

—No soy tonta. ¿Por qué dices que lo soy?

La profesora solo podía reírse ante su contestación. La carencia de sentido del humor de Reign haría perder los estribos a cualquiera, pero no a ella. De hecho, y aunque fuese una paradoja, su falta de humor le hacía gracia.

—Ahora mismo lo estás siendo, y si no entras al coche lo serás más.

Concluyó con una carcajada.

Rachel saludó a su pequeña alumna desde el asiento delantero, y pronto pusieron rumbo a Boston. Era un trayecto de unos cuarenta y cinco minutos hasta la capital del estado, pero se hizo ameno.

Primero sonaban las noticias, que a ella casi le parecían aburridas. Siempre era lo mismo, una y otra vez durante todo el día. De hecho, cuando había algo nuevo todo el mundo se enteraba sin necesidad de escuchar los informativos.

—¿Te gusta la música?

Reign frunció las cejas ante la pregunta.

—Claro.

heridas abiertasWhere stories live. Discover now