13.

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Reign apoyó los pies en el suelo frío de su habitación. Rozaría apenas los diez grados, pero no hizo ningún aspaviento. Miró el reloj que marcaba las siete de la mañana, y seguidamente la ventana de su habitación que daba al mar. Estaba en calma, pero las nubes negras lo oscurecían y las gotas de lluvia lo hacían parecer un manto chispeante.

Se animó a levantarse, ducharse, vestirse con su uniforme y bajar a la cocina para prepararse café y un poco de huevo revuelto con jamón dulce y el zumo de naranja para su hija. Una vez lo tuvo todo preparado en la mesa, subió a la habitación de Chloe.

Allí dormía, sin moverse un centímetro, con la respiración pausada y las manitas alrededor de ese muñeco de Mickey del que no se separaba. Reign se sentó al borde de la cama, y con un suave toque le dio en las mejillas, que no bastó para despertarla, pues se removió en su cama con una mueca.

—Chloe, arriba, vamos. Hay que ir a la escuela... —susurró.

Con eso le bastó a la pequeña para abrir los ojos. La palabra escuela significaba poder pintar todo el día y leer de mano de la señorita Scott, pero, sobre todo, estar con ella. La forma que Rachel trataba a los niños y, en especial, a Chloe, emanaba una esencia de madre que a Chloe le faltaba y que buscaba desesperadamente en alguien.

—Síi... —musitó somnolienta, levantando la cabecita de la almohada como pudo.

Se dejó vestir y peinar por su madre, con ese uniforme de falda de cuadros verde, leotardos blancos y un polo del mismo color, bajo un jersey verde con el símbolo del colegio en el pecho, además de sus dos cortas coletitas.

Sentó a su hija en el sofá, frente a los dibujos, con el plato delante de ella en la mesa del salón y su vaso de zumo de naranja al lado.

—Cómetelo todo, ¿vale? —Comentó Reign, mirándola de reojo a la vez que leía el periódico de la mañana.

Pero la niña negó de forma divertida ante la orden de su madre, aunque siguió comiendo hasta acabar el plato.

La lluvia era algo que nunca terminaba en Gloucester. Llegaba a un punto en el que ya no se preguntaban si llovería al día siguiente, lo daban por hecho. A veces salía el sol, pero en muy pocas ocasiones tenían la oportunidad de sentir el calor en su piel. Así que, teniendo en cuenta la lluvia y el frío, llevar a su hija al colegio se antojaba difícil a veces.

Cruzó la verja del colegio con su hija en brazos y paraguas en mano, adentrándose en el interior del edificio. Allí, Rachel permanecía de pie, con las manos agarradas delante de su cuerpo, saludando a la pequeña con la mano.

—Buenos días, Chloe —saludó a la pequeña, acariciándole la cara.

Reign se encaminó hacia ella, que volvió a erguirse para verla venir con una extraña mueca.

—Buenos días, Reign. ¿Ocurre algo?

—Necesito hablar contigo, en mi despacho, a poder ser. ¿A qué hora terminas de trabajar?

—Hoy... A las doce y media. ¿Por qué? ¿Qué es tan urgente?

La profesora empezaba a preocuparse por el tono de sus palabras, y, Reign, que no quería interferir en su trabajo ni que aquello le afectase a la hora de dar clase, esbozó una débil, tibia y fugaz sonrisa.

—No te preocupes. Ven.

*

Reign llegó a la oficina a la hora de siempre, cinco minutos antes de comenzar la jornada laboral. Tomó su taza del cuerpo de policía, se sirvió café y se hizo con uno de los donuts que traían como desayuno.

heridas abiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora