25.

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Will tambaleó los documentos en la mano y lo dejó encima de la mesa.

Gregor Hemmings. ¿A quién había dejado su casa el pobre señor Hemmings? Un hombre octogenario muere, ¿y su casa para quién queda? ¿Por qué ninguno de sus hijos ha denunciado que un intruso entraba en su casa? Quizás porque nadie lo sabía, o quizás porque era uno de sus hijos.

Pasó toda la mañana intentando localizar a los hijos de Gregor Hemmings y Victoria Hemmings. Greg Jr., Kyle, Rob y Susan.

—Ya ha llegado la orden de registro. Aquí está.

Antes de las seis de la tarde, habían llegado en un coche de incógnito a la vivienda de los Hemmings en Queens.

Will llamó a la puerta un par de veces, pero al ver que nadie contestó, se tomó la libertad de hacer una triquiñuela con la cerradura hasta que cedió y abrió.

—No voy a preguntar dónde aprendiste eso —comentó Reign, entrando en aquella casa mientras se enfundaba los guantes de látex.

No tenía muy claro por donde empezar a inspeccionar, porque, aunque pareciese que llevaba años siendo la sheriff de un pequeño pueblo en el que no ocurrían este tipo de cosas.

La casa olía a humedad, a cerrado, a viejo y a polvo. Los plomos estaban apagados, así que no había electricidad. Encendió la linterna y entró en el baño. Tenía las baldosas de un color verde aguamarina, con grifos de vidrio en dos manivelas; una para el agua caliente y otra para el agua fría. Parecía que nadie había tocado nada allí desde los ochenta, y no por la decoración, sino por la suciedad que se acumulaba entre las juntas de los azulejos y el espejo, que apenas reflejaba un bulto deforme que se plantaba frente a él.

Levantó la cisterna del cuarto de baño, el falso techo que cubría el baño, los azulejos levantados del suelo y las paredes e incluso los medicamentos caducados que guardaba tras el espejo del baño. Nada. No había ni un rastro de algo irregular, hasta que de soslayo y casi girándose para salir, vio algo blanco asomando por el desagüe de la bañera. Enfocó la linterna y deslizó los dedos por la fina tubería, hasta que enganchó un cilindro de papeles atados, envueltos en plástico que estaba lleno de suciedad.

—Chicos, encontré algo.

—Déjame verlo primero, por favor —pidió, o más bien ordenó, Marie, que se coló en la estrecha estancia.

—Sigue revisando el salón. Will está en los dormitorios.

Reign hizo caso, y mientras la inspectora revisaba lo que había dentro, ella se paseó por el salón, levantando sofás, sacando cajones, e incluso miró tras la televisión, hasta que algo la dejó helada.

Era Rachel. Rachel embarazada al lado de uno de los hijos del señor Hemmings. No parecía muy alegre, más bien aquella sonrisa era impostada. Quizás él la obligó a hacerse la foto para su padre, que estaba a punto de morir, porque en realidad ese hombre no quería tener ningún hijo.

Rob. Ese era Rob. Robert Garoppolo. Se había cambiado el apellido, Rob Hemmings, Robert Garoppolo y, cuando las acusaciones de asesinato y maltrato eran ya inevitables, evitó su propio nombre, pasando a ser Sean Lockte.

Temblando, con las manos sudorosas a pesar de la temperatura polar que había en Nueva York, Reign sacó la foto del marco y rasgó el papel por la mitad, hasta quedarse solo con la imagen de Rachel.

—Chicos, venid. Este tipo es un maldito psicópata.

Intentando recomponerse, guardando la foto de Rachel, se acercó hasta el baño, donde Marie había expuesto las fotos que había guardadas en el desagüe.

heridas abiertasWhere stories live. Discover now