23.

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Ni siquiera en Acción de Gracias había descanso para el cuerpo de policía de Gloucester, aunque en esta ocasión, solamente John, uno de los nuevos agentes, y Reign estaban en la comisaría. Como siempre, el novato se quedaría de guardia aquella noche. A nadie le gustaba perderse una fecha tan señalada, así que, por rango, era él el que debía quedarse allí.

La sheriff Andersson no había tenido mucho contacto con él desde que llegó, aunque él, al verla aún con los puntos de sutura en la cara después de la agresión de Sarah Miller, siempre le preguntaba qué tal llevaba las heridas. Era amable, aunque ese día apenas lo había visto levantar la cabeza de su cubículo.

—Hola, mamá.

Una de las cosas malas de aquella comisaría, era que se escuchaba todo a través del cristal de su despacho.

—Feliz Acción de Gracias a ti también. Saluda a papá y a la familia.

Se hizo el silencio durante un instante.

—No, mamá, este año tampoco podré ir. Sí, me toca quedarme de guardia en comisaría... Lo sé, no es justo, pero soy el nuevo. Sé que te prometí que, después de tres años, estaría este año, pero no puede ser.

Su madre parecía estar tan triste y decepcionada con su hijo, que el chico casi se echó a llorar.

En cuanto acabó la llamada, escuchó cómo se hizo el silencio de nuevo en la oficina. Tan solo unos cuantos suspiros casi imperceptibles a través de las paredes.

Reign se levantó con un dossier en la mano, y se quedó mirando fijamente al muchacho, que intentó recomponerse, poniendo gesto serio y volviendo a su ordenador.

—¿Qué te pasa? —Le preguntó Reign, pero el chico se negó a responder.

—Nada. No se preocupe, sheriff, estoy trabajando en las multas de tráfico de este mes. Para mañana lo tendré.

Reign asintió con los ojos cerrados. Deseaba celebrar, por primera vez en años, el día de Acción de Gracias en familia. Con su hermana, con su hija, con gente a la que quería. A la luz de la chimenea, con el fuego crepitando, el pavo recién hecho y no una bandeja precocinada. Quería ver la ilusión de su hija y quería ver a Rachel.

—¿Y por qué lloras?

—Uhm... Yo... Echo de menos a mi madre. Hace tiempo que no la veo.

La sheriff se sentó en el mostrador de la comisaría, sin levantar la cabeza del papel, pues debía rellenar algunos informes.

—¿Cuánto tiempo?

—Un año. Nos vemos poco. Hasta hace unos meses yo estaba en el ejército y es duro. Bueno, usted lo debe saber.

—Sí, lo sé.

Fue todo lo que dijo, hasta que terminó el documento que necesitaba, y cuando ya iba camino de su despacho, paró a su espalda.

—Recoge y vete a casa.

John miró a su superior como si estuviese loca.

—Vamos, levanta. Vete a casa y dale una sorpresa a tu madre.

El muchacho casi no podía creerlo, abrazó a Reign, que apenas le respondió al abrazo, agarró su chaqueta y, dándole mil veces las gracias, desapareció por la puerta para pasar Acción de Gracias.

La sheriff se sentó en su despacho, marcó el número de su hermana y cerró los ojos. Le esperaba una de esas noches largas y tediosas, en las que no llamaba nadie, y si llamaba lo hacía a las seis de la mañana, justo antes de poder irse.

heridas abiertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora