3. Diciembre, 2018

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Después de un par de años subiendo covers a Instagram decidí que era mi momento. El momento de dedicarme de verdad a lo que me gustaba. El momento de empezar cumplir, poco a poco, mi sueño. El momento de dejar de ser un cabra loca y empezar a organizar mi vida. El taller mecánico estaba muy bien, pero lo que realmente me apasionaba y deseaba era estar encima de un escenario. Quería vivir enseñando al mundo mis canciones, no arreglando coches y motocicletas. Y fue ese impulso, ese querer cumplir mi sueño, lo que me llevo a conocer a Aurora.

Coincidimos en un grupo de gente que empezó a presentarse a pequeños castings que se hacían en Córdoba y alrededores. Nunca la vi como a una amiga, desde el primer minuto me volvió loco. Era guapísima y cantaba, evidentemente, como los ángeles (y quizás se parecía un poco a Alba Reche). Hice todo lo que estuvo en mis manos para conquistarla y cayó en mis redes en fin de año. A finales de enero empezamos a salir. Íbamos con el grupo a todas partes, parecía una relación idílica y pensaba que era la mujer de mi vida. Pero el paraíso duró poco, a los seis meses empezaron a llegar las desconfianzas y los engaños. Hubo cuernos de por medio mucho antes de lo que os pensáis. Pero aún así nos perdonábamos y volvíamos a empezar como si nada pasará, porque realmente pensábamos que estábamos destinados a estar juntos, que así eran todas las parejas.

Pero ese mes de diciembre no solo conocí a Aurora, también conocí a una de las primeras personas en arrebatarme al amor de mi vida. Al que fue mi mejor amigo durante un tiempo. A una amistad que tenía fecha de caducidad y tardaría poco más de un año en descubrirlo. Conocí a Rafa. Rafa Romera, el cantante buenrollista que anima todas las verbenas de pueblo. Nos presentamos juntos a todos los castings habidos y por haber, entre ellos al de OT 2020 y por suerte o por desgracia los dos llegamos a entrar a la academia.

Soy yoWhere stories live. Discover now