Capítulo 7

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Capítulo 7:

Culpa.

Un recorrido de ojeras se marcaba debajo de mis ojos. Mi cabello desordenado y mis pocos ánimos de ver la luz que no sea la del hospital, me molestaba. Tenía que venir por suministros, si al menos me la pasaba metido en el hospital tenía que comer algo para obtener fuerzas, o sino Liam tendría otra persona de quien preocuparse. Aunque dudo en que me hable.

Las horas de visita eran tan cortas, pero no podía despejarme de ese lugar a pesar de que empezaba a odiarlo. No quiero alejarme ni un segundo de ella, no otra vez. Se lo debía a ese pequeño ángel. Aunque creo que estaría mejor lejos de la persona que le hizo daño, ¿pero entonces como arreglos mis errores?

Entre a la tienda que se medió más cercano. La campanilla resonó anunciando un cliente que entraba. Aunque mi presencia fue ignorada. La señora que estaba atendiendo se encontraba entretenido echando plática con otra persona en el mostrador.

Ignorado avance a la selección de comida chatarra. Era una complicada decisión, varias Ruffles de distintas especies hacían fila de forma atractiva que me vi tentado en agarra las picantes o las de crema de cebolla. Pase la lengua por mis labios al ver unos tornaditos de queso. Hace bastante tiempo que no veía uno de esos. Convencido extendí la mano para tomarlos.

«Si eso llevaré.»

Agarre dos fundas, un par de chocolatadas heladas, gomitas acidas, roscas de vainilla, mi labio inferior comenzó a temblar aún recuerdo de roscas. Cuando le agregue la propina aquella semana que pidió que le sobornara para que siguiera de chofer privado.

¿Por qué dolía?, ¿por qué los recuerdos duelen?

Al caminar por el mostrador me detuve al escuchar mi nombre en labios de una desconocida.

—Sí, lleva dos semanas sin despertar. La familia no la quiere desconectar, bueno en realidad es un chico. Se esmera en que despierte. —Murmuro tan audible que pude entender sin problemas. Fingí revisar una lata de aceitunas para seguir de metiche.

—Ah. El que le jodio la vida, ¿Cómo se llamaba ese muchacho? Por lo que oí es solo un pijo que tuvo suerte gracias a su padre. 

—Allan. Allan Caiche, el hijo del abogado. Él la drogo, y quien sabrá que cosas hizo con su cuerpo en ese estado.

—Pobre florecita, ese demente ¿Qué no más le habrá hecho?

Cerré los ojos por un momento soltando el aire que había sostenido en mi pecho. No me preocupe. Ya me acostumbré a esos comentarios erróneos o esas suposiciones que no eran más que falacias. Al principio intenté corregir esas teorías, pero ya no contaba con el animo de hacerlo.

La gente comenta, pero no sabe qué lástima esos comentarios. No hay belleza en la oscuridad. En un momento eres alguien importante, y ante un error, el mundo te da la espalda fingiendo cinismo y echando mierdas a tu persona. Porque las personas son hipócritas y es su naturaleza.

¿Estas bien? Abrí los ojos. Recordar la decepción de los ojos de ella me dolía.

—También idiota la chica…

Al verme ambas se descolorieron. Claramente me reconocieron. Como ellas lo dijeron, mi padre era reconocido y respetado. Legado que mande al carajo.

—¿Cuánto es? —pregunte cortante.

—Cinco dólares —musito aún en el trance. Entregue el billete sin mostrar expresión.

La campanilla volvió a resonar. Con las bolsas en mano seguí caminando, quería volver lo más pronto posible. Entre por las puertas de la parte de adelante, y el olor característico a metal y gel acaricio mi nariz con familiaridad. Pare donde mi objetivo, la recepcionista. Carla. La conocí al transcurso de las visitas, al verme ensanchó su sonrisa, dejando de teclear en un movimiento de su silla giratoria, inclino su cuerpo en la barra a mi dirección.

—Uhhh Allan. ¿Trajiste chatarra? —asentí, le pasé una bolsa de tornaditos, la agarro abrazando la funda con cariño —, gracias, gracias, gracias. Me toca doble turno, eres tan considerado. Pasa no hay nadie, aún no ha llegado ese tío loco que me pone los pelos de punta. —Abrió la funda de tornaditos, llevándose un puchado a su boca. —Carajo, es tan atractivo.

—¿Cómo sigue? —acomode mis lentes que querían resbalarse por el puente de mi nariz.

Puso una mueca cambiándola por una sonrisa plástica. Ella intentaba darme esperanzas, unas falsas. Pero agradecía su dura y piadosa mentira.  —Acostada, —bromeo haciendo con sus dedos como si de baquetas se tratase en un remate de batería humorístico. Al ver que no reía, se limitó a acotar.  —solo pasa ¿sí? Ella es fuerte, esta batallando, así que se fuerte por ella. Toma, tu papá vino a dejarte esta muda de ropa por la mañana.

Agarre la ropa apretándola bajo mi brazo.

Asentí caminando a su cuarto —¡Recuerda que es hasta las siete! —grito por los pasillos.

Las personas me volvieron a mirar. Con torpeza y rapidez avance a su habitación. Cuando llegue, ella seguía tal como la había dejado.  Deje las compras a lado de la camilla. Me senté en la silla volviendo a acariciar ese cabello rebelde. Con lágrimas en los ojos, sentía que este hospital era como un funeral interminable. No la quería ver así.

Como quisiera que hubiera un botón de inicio, que las cosas al menos por un día volvieran hacer como antes, no, no como antes, deseo cambiar mis actos, volver a tomar decisiones, dejar de escuchar caprichos y no perder a mis amigos.

—Que egoísta fui.

El silencio era reconfortante, solo se escucha la maquinita que marcaba los latidos de su corazón. Los cuales me tranquilizaban, porque confirmaban que seguía viva, aún respira.

Quería hacer algo antes de tomar una decisión, sé que si despierta no podré verle a la cara como antes. No con lo que hice. Estaba seguro que mi valor cruzo su límite. Por eso compré hojas de colores. Nunca fui bueno con las palabras, quizás si le escribo las cosas podrán ser más fácil. Ella no tubo la culpa, y tratare de disculparme sin respuesta. Tenía todo. La hoja en mis manos, la pluma sin ser acentuada y el tiempo limitado.

—Tranquila, todo está bien. —Liam entro a la habitación. Guardo su móvil. La sonrisa que tenía se desvaneció de sus labios. Su mirada rencorosa seguía.

Con los nervios estremeciendo mi cuerpo, lo saludé titubando —Hola Liam.

Dio varios pasos largos hacia mí. —¡¿Con qué derecho de mierda estás aquí?! ¡Ah! ¡dime! ¡¿Qué más quieres arruinar?! —grito escupiendo en mi cara.

Me saqué los lentes limpiando el resto seco de lágrimas. Evite su mirada con vergüenza. —Soy su amigo. —susurre. Aprete mis puños —Solo quiero que despierte.

Dio un fuerte golpe a la pared detrás mío. Cerré los ojos cobardes al escuchar el ruido, lentamente abrí los ojos con miedo. Comenzó a llorar. Sin restricciones, Liam soltó lo que cargaba por dentro, esto está matándolo. Se recargo en la pared hasta deslizarse en el piso, sostuvo su rostro sollozando.

—Estoy destrozado, Allan. Yo… yo la extraño, la extraño mucho. —Limpio sus lágrimas, pero no paraban de seguir viniendo nuevas. Los sollozos siguieron, y verlo temblar aquel que estaba dispuesto a darme un puñete era escalofriante.

—Siempre fuiste tú, Liam. No te confundas.

Y en medio de esa habitación él grito en silencia.

Yo estaba roto.

Él se encontraba muerto.

Un mes después de los diecisiete.

¿Y si te digo que te extraño? [EN REVISIÓN]Where stories live. Discover now