CAPITULO: 37

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Su voz es suave y recuerda a la de un niño mimado. Sus palabras son el epitomo de la dulzura.

Cuando le miro, me lo encuentro lamiendo el líquido blanco que tiene en las manos. Su rostro es tan hechizante que no sé ni cómo describirlo.

El pelo negro le cae y le cubre la mitad de los ojos oscuros que, ahora mismo, están nublados por la lujuria. En ellos yace un deseo y un anhelo interminables. Su lengua roja lame la substancia blancuzca de mi mano y, sin embargo, su mirada sigue fija en la mía.

Le abrazo la cabeza y susurro:

–Yo también te amo.

Sin lugar a duda, esta frase sólo va a empeorar su posesividad, pero ya no lo temo. Más bien, lo empiezo a desear.

Sé que está debatiéndose para controlar sus emociones cuando siento su respiración pesada. Soy una existencia fatal para él. Me inmoviliza en la cama de un solo movimiento y me levanta las piernas. Al principio sus movimientos son brutos como siempre, con garras afiladas.

Después de llegar al orgasmo, le miro como ausente y siento que mi cuerpo se está haciendo añicos. Tiene el abdomen tenso y las líneas que lo cubren contienen un poder explosivo. Le caen gotas de sudor del pelo negro que llegan a mi cuerpo y se deslizan hacia las sábanas.

Sus dedos largos y delgados manosean el sello que tengo en la parte interna del muslo.

Me lo suele tocar mucho, a mí me da mucha vergüenza, pero a él le encanta. Dice que es una prueba de que soy suyo hasta la muerte.

Tiene los ojos llenos de posesividad. Me mantiene en su punto de mira y en mi corazón surge una emoción distinta: es mi amor por él.

Nos compensamos mutuamente, lamiéndonos. Él me ha dado todo lo que he querido y, al mismo tiempo, me lo ha quitado todo. A día de hoy, he caído entre sus brazos entre regocijos. Todo está bajo su control.

Al principio, la sensación de que un hombre dominase a otro por completo me frustraba. Pero ahora sé que no volverá a ocurrir porque la derrota, ahora mismo, parece felicidad.

Acompañamos nuestra unión con mordiscos. Él está tan hambriento como si no nos hubiéramos visto desde hace mucho tiempo. Me anhela sin parar, y deja marcas por todo mi cuerpo. Yo tampoco me resisto. Le abrazo para sentir su pasión y aceptar su vigor.

Somos como dos peces a punto de morir y, como si no fuéramos a vernos nunca más, nos unimos.

A la mañana siguiente, cuando abro los párpados pesados me duele la cabeza. Al final, llego a una conclusión. Es desaconsejable dormir en la misma habitación que CanSheng si esta borracho porque puedes morir de tanto correrte.

Lo que me enoja es que él esté como nuevo. Me sonríe con una amabilidad extrema y con mucha sinceridad. Me da un beso de buenos días en la esquina de la boca y dice:

–Buenos días, YunSheng.

Sonrió y le devuelvo los buenos días.

En este momento no me puedo ni imaginar que esta misma noche las alas del mal caerán sobre mí y, así, daré la bienvenida a los años más aterradores de mi vida.

Esos días destruirían lo que le quedaba de amabilidad a Ye CanSheng. Cuando nos reencontráramos, habría cambiado por completo.

Cuando me volviese a encerrar, me destruiría.

Ye CanSheng y yo nos pasamos más de medio día haciéndonos vagos en el sofá. Casi al anochecer recibe una llamada y se pone serio. Junta las cejas mientras se levanta para marcharse: algo debe de haber pasado.

ENFERMIZO TIRÁNICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora