CAPITULO: 48

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El sonido de las cadenas son un placer para los oídos y me es muy conocido. Es el sonido más corriente de mi opresión y su favorito. La cadena es lo suficientemente larga para que me pueda sentar y moverme hasta el borde de la cama.

Dejo caer las piernas como si fueran de mentira, arrastrando mi cordura. Contemplo mis piernas como ausente. Tengo un tobillo vendado y tengo una tabla para que no se salga del sitio. Mis pies son pálidos y fríos como el hielo, e incluso azulados como los de un cadáver.

En el otro tobillo tengo una cadena, algo que no podía conocerme mejor, que acaba en el suelo. Hay una hebilla escondida para la cadena por ahí.

Frunzo el ceño y levanto la cabeza para observar la enorme habitación y el limpio suelo.

‒Jajaja...

Sacudo el pie que todavía puedo mover y la cadena se crispa: música para mis oídos. Hace años que construyó esta habitación para encadenarme. Mi risa se va suavizando y me hago un ovillo en la cama. Mis sollozos van acompañados de otro sonido, qué sé yo, seguramente es un quejido.

Un quejido silencioso.

Tiemblo y se me quita la camiseta blanca que llevo porque me va demasiado suelta. Me toco el cuello y noto unas cuántas marcas. Recorro mis protuberantes huesos con los dedos... Estoy tan delgado que no me reconozco. Entonces, me toco el pecho y cuento cuántos huesos tengo en las costillas, puedo hasta notar sus formas.

Me miro las manos. Ya lo había pensado muchas veces, que si era para estar a su lado podría aceptar todas sus exigencias, abandonar toda libertad y permitirle ponerme tantas cadenas como quiera, por estar a su lado pensaba que sería capaz de abrir mi cuerpo y permitir que me hiciera daño, me rompiese y  entrase como le viniera en gana.

Sin embargo, siempre he subestimado mi propia terquedad y determinación para conseguir la felicidad que tanto anhelo.

Cada vez que veo a CanSheng dar rienda suelta a sus deseos sexuales me pregunto: ¿le amo? ¿Por qué no puedo dejarlo todo si tanto le amo? ¿Por qué no me contento con nada y sigo queriendo más?

Quiero que me bese y me abrace como una persona normal, no este dolor. Quiero que me coja de la mano y me cuente chistes como alguien normal, no esta habitación simple y oscura.

¿De verdad pido cosas tan irrazonables?

¿Pido demasiado?

¿Y ahora qué? ¿Aún me queda energía para ir  por lo que quiero como antes?

Me paso la uña del dedo sobre la piel pálida de mi pierna. De arriba abajo y de abajo a arriba. Y lo sigo haciendo hasta que él llega. CanSheng abre la puerta y se queda bajo la luz, alto y perfecto, salvaje y fríamente elegante.

‒CanSheng... ‒ Ladeo la cabeza y le llamo.

‒XiYan dice que tienes que tumbarte y descansar. ‒ Me dice conforme se acerca.

Bajo la cabeza, primero me miro los pies y luego la cama.

‒Da igual.

‒¿El qué da igual?

CanSheng entra con gachas. Deja el tazón en la mesita de noche y se me pone delante. Me coge de la barbilla y me alza la cabeza.

‒No puedo caminar si estoy tumbado, ni cuando estoy sentado. Da igual. ‒ Le miro deteniendo mi mirada en su cicatriz.

‒No voy a dejar que te vayas. ‒ Lo dice como si no fuera nada raro, y así hace añicos las palabras que pretendía decir.

Miro la sombra de su rostro y acabo rompiéndome.

ENFERMIZO TIRÁNICOWhere stories live. Discover now