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Qué pequeño se siente uno cuando sale al mundo. Y podría hablar desde que uno nace porque el mundo está ahí del otro lado del útero de una mujer, pero en realidad hablo de ese momento en que empezamos a ejercer poder sobre nuestras vidas. Desde los vínculos que decidimos mantener, de los lugares donde construiremos nuevas historias y de los sueños de los que nos vamos a adueñar. Cada uno de esos puntos están ligados en uno mismo y en ese momento lo estaba observando: la Universidad de Derecho. Las personas bajaban y subían esas escaleras infinitas y yo no hacía más que quedarme estancando en la vereda, sosteniendo de una tira la mochila que se me resbalaba por el hombro. A mi espalda escuchaba los autos avanzar en plena Avenida Figueroa Alcorta y, al voltearme unos grados, vi a un grupo de jóvenes bajar de un colectivo y subir en malón entre conversaciones y risas hasta perderse allá a lo lejos entre las columnas anchas. Había notado a un pibe que estaba sentado en el escalón quince o dieciséis, tomando un café, con la mochila a un lado, un libro bastante ancho como para ser una novela de Sábato y vestido con camisa y corbata. En lo único que pude pensar en ese momento fue en que no me sentía a la altura de las circunstancias y que mi remera y mis zapatillas deportivas no iban a tener ninguna relación con el mundo que conocería al cruzar esa puerta. Y en ese instante cuando el estómago empezó a estrujarse cual trapo de piso y el miedo me susurró al oído que iba a ser mejor darme media vuelta para volver a casa porque un adolescente de diecinueve años no iba a estar preparado para tanto, vi a un chico que se posicionó a cinco metros de mí y se quedó quieto antes de subir el primer el escalón. Tenía mi misma estatura, casi que íbamos vestidos iguales y en cada uno de sus suspiros noté un nuevo arrepentimiento. Nunca olvidaré esos gestos.

-Hola -saludé amable, pero él no se dio cuenta que le hablaba porque había mucho ruido externo o porque estaba totalmente sucumbido en la estructura de la universidad- hola... -repetí y me acerqué. Cuando se volteó, lo descubrí más asustado que yo- ¿Estás bien? Estás pálido.

-Sí -pero sonrió nervioso y se palmeó un poco la cara.

-¿Sos ingresante? -le consulté después, y asintió.

-¿Se nota mucho?

-Algo -y reímos- yo también. Estaba pensando en no entrar.

-Es todo demasiado grande como para tener que hacerse cargo -pensó en voz alta y volvió la vista arriba, a la cúpula del edificio. Y en ese momento me di cuenta que entrar iba a ser mucho más que empezar a resumir textos y aprender leyes- ¿Entramos? -me preguntó al rato. Y después de tragar saliva, asentí.

Lo primero que tenés que hacer cuando entrás a una nueva universidad, es hablar con alguien. Si ya es avanzado en la carrera te va a ayudar a ubicarte, si tiene el mismo nivel de experiencia que vos se perderán juntos. A medida que subíamos, creía que iba a descompensarme y no podía deducir si se trataba del propio calor de principio de marzo o de los nervios que me hacían temblar las rodillas. Por lo menos estaba acompañado de alguien que sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón para secarse la transpiración de la frente. Seguramente emanábamos endorfinas que daban cuenta que éramos ingresantes porque más de uno se volteó a mirarnos. O es que mis piernas temblaban mucho o la transpiración de mi compañero se notaba a leguas. Cuando llegamos a la cima, nos detuvimos en la entrada de cuatro puertas las cuales solo estaban abiertas las dos del medio. Yo estaba totalmente predispuesto a avanzar hasta que él me detuvo del brazo para retenerme.

-¿Estas bien? ¿Querés agua? Tengo una botella -le ofrecí. Su rostro no era el mismo que cinco minutos atrás cuando estábamos en la vereda.

-No, sí... solo tengo que... meditar -dijo con los ojos cerrados y sin soltarme del brazo. No me negué a que me presione la muñeca y reprimí cualquier queja- no me vendría mal un poco de agua -dijo después, y busqué rápido la botella que siempre llevaba en la mochila. No respiraba para tomar y cuando me la devolvió casi que se había bajado el medio litro- nunca te dije mi nombre, ¿no? -negué- Matías.

ASIGNATURA PENDIENTEOù les histoires vivent. Découvrez maintenant