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–¿No podías esperar a que llegue a mi casa así hablábamos más íntimamente? –fue como saludé a Gimena cuando acepté la videollamada. Del otro lado, ella está atándose el pelo en una colita y comiendo un chupetín. Reconozco que está en su casa por el mueble de vasos y copas que tiene atrás.

–A tu casa siempre llegas a las once de la noche. Yo a esa hora estoy haciendo la sobre-mesa, preparándome para el postre y después irme a dormir.

–¿Hoy no fuiste a trabajar? –apoyé el celular en un lapicero grande para poder continuar mi actividad.

–No. Estoy menstruando –y miré a la cámara de reojo– sabés que no la paso bien.

–Menstruar no te imposibilita vivir.

–Bueno, a mí sí. ¿A vos te sigue viniendo o ya te llegó la menopausia? –bromea y solo le hago un fuck you en primer plano mientras continúo tecleando con la otra mano– tenés que relajarte un poco más, negra. Ya te lo dije un montón de veces.

–Yo estoy muy relajada. El trabajo me relaja.

–Ay, te convertiste en Cristian –soltó y tuve que reír. Cristian fue mi primer jefe, aquel al que llegué gracias a Gimena, y el que me convirtió en su secretaria durante cinco años– ¿Volviste a hablar con él?

–No, hace un montón no sé nada.

–Yo me cruce a Carola, la hermana mayor, ¿te acordás? –la miro y sonrío un poco mordiéndome el labio. Carola era una abogada excepcional con un humor tan negro y un carácter tan fuerte que te asustaba– qué mujer, por favor.

–Era muy buena abogada.

–Vos te estás convirtiendo en ella –dijo– y hablo sobre el carácter.

–¿Me llamaste para molestar, Gimena? –cambio el tono y la escucho reír.

–No, te llamé para pedirte que hoy vengas al cumple de Nico. Dice que te extraña.

–¿A qué hora va a ser? –giro con el sillón de rueditas para abrir un cajón del mueble a mi espalda y saco una carpeta rosa.

–A la noche. Una cena tranquila con amigos.

–¿Qué amigos? –pero balbucea– ¿Va a ir Peter?

–Puede que sí, puede que no... –canturrea y no mira a la cámara.

–Gimena –yo sí porque la estoy retando.

–Obvio que va a venir, Marian. Somos amigos.

–No voy a poder –sentencio y Gimena resopla.

–¿Hasta cuándo va a durar esto? Porque me parece que ya somos bastante adultos como para poder compartir un espacio con una persona con la que no nos llevamos bien.

–No voy a ir a un lugar en el que sé que no voy a estar cómoda.

–Pero no hace falta que hablen –y me río, pero desde el sarcasmo– mi casa es grande, no vamos a estar nosotros cuatro, va a haber un montón de gente. Vos podés estar con un grupo y él con otro.

–Lo voy a pensar solo porque sos vos, pero eso no significa que vaya a querer cambiar de opinión.

–Sos una piedra, eh –me acusa, pero no me hago cargo– está bien, por lo menos sé que lo vas a pensar. Yo por las dudas voy a preparar tus empanadas favoritas.

–No intentes sobornarme –le aviso antes que continúe.

–Solo te estoy avisando. Sé que sos una abogada poco sobornable.

ASIGNATURA PENDIENTEWhere stories live. Discover now