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Ya cuando estábamos iniciando el cuarto año de la carrera, todo se había vuelto un poco más demandante. Lali seguía trabajando como secretaria en el estudio jurídico, aunque ahora se animaba a dar su opinión cada vez que alguno se la pedía. A Gimena le quedaba un año para recibirse porque era más grande y estaba más adelantada, además de trabajar como asistente en una consultoría sin abandonar la organización de su casamiento que había pronosticado para febrero del año siguiente. Victorio tuvo la crisis de mitad de carrera y ese primer cuatrimestre del año había elegido abandonar. Matías pudo ingresar a trabajar en un organismo gubernamental, aunque tenía un rol inferior al que él imaginaba, pero que siempre le daba felicidad tener su sueldo a principio de mes. Y yo para esa altura había abandonado los entrenamientos, lo que generó una discusión amplia en casa, para poder organizar mejor mis horarios. Además de la universidad también me había anotado en cursos de oratoria y escritura, había empezado a trabajar en la defensoría pública y mis buenas calificaciones junto a mi buena relación con el profesor de "Derecho penal y Proceso penal" me hizo ganar un lugar en sus clases como ayudante de cátedra. Si no estaba en la facultad o en el trabajo, estaba en la casa de Lali. Se había alquilado una casita muy linda que quedaba en la zona de Villa Urquiza. Eran tres casas en una planta baja y la de ella era la última al final del pasillo. Al entrar tenías que cruzar un patio mediano con enredadera –ella le había agregado una mesa y sillas en donde a veces estudiaba mientras tomaba mate– y después había una puerta antigua, esas altas y con vidrios cuadrados, que al abrirla ya pasabas al interior: un living pequeño, una habitación a la izquierda dividida por una mitad de pared de ladrillos, la cocina y el baño a la derecha. Así que a casa solo iba para buscar algo que había olvidado, para compartir algún momento con mi hermana, para saludar a Mónica y Lito que estaban seguros que se jubilarían ahí adentro, y para seguir escuchando a mi padre pedirme que trabaje como abogado para su empresa privada. Primero que todavía no era abogado, y ni siquiera ejercía como tal trabajando para el Estado, al menos hasta ese momento. Y después que tampoco tuve ganas de hacerme cargo del negocio familiar. Ya bastantes eran los mambos en casa como para también trasladarlos al trabajo.

–¿Decís que tendremos para mucho más? –Matías me susurró al acercar un poco más la cara a mi hombro. Estábamos en la mitad de una clase de Derecho Administrativo en donde había que exponer trabajos oralmente frente a toda la clase. Nuestros turnos habían sido la semana anterior– ¿No era más fácil permitirnos no venir?

–Tal vez –y me tuve que tapar la boca por un bostezo que se escapó. Ni siquiera eran las diez de la mañana y ya tenía ganas de volver a la cama– ¿Te cae bien?

–¿Quién? ¿Felipe? –el que en ese momento estaba exponiendo. Nosotros elegíamos sentarnos al final del aula porque podíamos hablar un poco más tranquilos– no, es un pelotudo.

–¿Sabes qué me molesta? Que alardee tanto. Ya se cree que es abogado... para un poco, loco, recién estas terminando el tercer año.

–Boludo, se había querido anotar en Derecho Internacional Público en el primer año –y tuve que reprimir la risa al taparme la boca con el cuello del buzo. Para hacer Derecho Internacional Público tenías que tener aprobadas Derechos Humanos y Garantías, Derecho Constitucional y Contratos Civiles y Comerciales. Además de que para éstas tres también tenías que tener otro par de materias adentro– si eso no es ser egocéntrico, yo ya no sé.

–Vico me contó que todos en su familia son abogados, abuelos y padres.

–Bueno, lo felicito, pero nadie le pidió que se comporte como un imbécil. Aparte el otro día habló a favor de la pena de muerte.

–¿Por qué está estudiando abogacía? –cuestioné, a lo que Matías gesticuló con toda la cara. Felipe dejó de hablar cuando la puerta del aula se abrió y entró Lali. Pidió perdón por interrumpir, le sonrió al profesor que le devolvió el gesto porque conocía sus horarios complicados, y después cruzó por la mitad del pasillo para acercarse hasta el banco que estaba detrás nuestro. Pero yo solo me había fijado en el hecho de que Felipe bajó la vista a un poco más allá de la cintura de ella– ¿Soy yo o le está mirando el culo? –le pregunté a Matías.

ASIGNATURA PENDIENTEDove le storie prendono vita. Scoprilo ora