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Cuando llegué a casa ese domingo por la tarde, subí las escaleras de la entrada arrastrando los pies porque estaba cansado. Había dormido poco. En el living estaban mis padres: él sentado en el sillón principal y ella en la barra de la vinoteca. Iba a seguir de largo pero me quedé parado esperando a que alguno me perciba. Siempre me pregunté que se sentirá que tus padres te pregunten a dónde estuviste el fin de semana o cómo te fue cuando escuchan la puerta de entrada. Mamá estaba muy concentrada leyendo un libro bastante ancho que desconozco, pero que estaba seguro que tenía relación con la biología marina, mientras con una mano movía una copa que cargó con vino tinto. Papá, en cambio, tecleaba rápido en su computadora portátil y se quejaba cada vez que entraba una llamada nueva a su teléfono.

–Volví –interrumpí el silencio después de dos minutos esperando la nada misma.

–Hola, hijo –papá no me miró al hablar.

–¿Cómo te fue? –mamá tampoco.

–Bien... –creo que nunca se dieron cuenta que estuve afuera de casa dos días– veo que están muy ocupados, después hablamos.

–No, esperá –mamá giró sobre la banqueta blanca y sonrió un poco al mirarme. Sus ojos estaban hinchados, como si hubiera llorado toda una noche– ¿La pasaste bien? –asentí– ¿Saliste con los chicos? –confirmado: no sabían dónde estaba.

–No, estuve en lo de mi novia.

–Ah, cierto –susurró. ¿Se acordaban que les había contado que salía con alguien?– ¿La pasaron bien? –repitió, y volví a asentir– me alegro.

–Voy a descansar un rato –avisé. No se inmutó y volvió a fijarse en su libro– estaba pensando en que quizás estaría bueno invitarla una noche a cenar.

–¿A quién? –papá se volteó a mirarme mientras esperaba a que lo atiendan del otro lado del teléfono– ah, ¿tu novia? Sí, que venga.

–¿No tienen probl-? –pero no me dejó terminar de hablar porque levantó un dedo remarcando que ya lo habían atendido y volvió a darme la espalda.

Me limité a no quejarme. Bah, me enseñaron a no quejarme y aceptar lo que me tocaba. Y bueno, a mí en la lotería me tocó tener padres que estuvieron presentes económicamente pero no emocionalmente. Saludé a Mónica con una mano cuando la encontré limpiando toda la cocina a trapo y lavandina con agua y desodorante. A medida que iba subiendo las escaleras me percaté de que era domingo y ella tenía que estar descansando en su casa, pero vaya a saber qué excusa usaron mis padres para pedirle que también pierda tiempo de su vida haciéndose cargo de nuestra casa el fin de semana. Crucé el pasillo sin despegarme de mi objetivo que era la última puerta que correspondía a mi habitación, pero tuve que retroceder cuando al pasar por el cuarto de mi hermana la encontré sentada en su silla giratoria, con la cabeza hacia atrás, la cara embadurnada de crema celeste y manteniendo el equilibrio de dos rodajas de pepinos que reposaban en sus ojos. También estaba usando su bata rosa y las pantuflas peludas del mismo color que combinaban con las paredes de la habitación. Escondí la risa e hice movimientos suaves para robarle un par de pétalos perfumados de un pote que tiene en su escritorio, armar pelotitas y tirárselas hasta intentar embocarle alguna en la nariz, pero uno cayó en el escote de la bata logrando desesperarla al punto de revolear los brazos y que los pepinos caigan al suelo.

–Ah, sos un pelotudo –se enojó y después metió la mano en el escote para tirar el pétalo al piso– dejá eso ahí, no toques mis cosas.

–Perdón, pero estabas en la posición perfecta.

–No entiendo qué es lo gracioso –dijo, y su expresión seria me causó mucha más gracia– ¿Por qué no aprovechaste la escapada y te quedabas en donde hayas estado? Éste fin de semana estuve muy bien sola.

ASIGNATURA PENDIENTEWhere stories live. Discover now