9

3.7K 235 91
                                    

Ya pasaron veinticinco minutos del horario de inicio de sesión y todavía Julieta no abrió la puerta de su consultorio para recibirme. Me molesta la impuntualidad y por eso no puedo dejar de mover el pie ni de mirar el reloj cada diez segundos. También me molesta el hecho de saber que voy a tener que retrasar todas las actividades que tengo para después. Le mando un mensaje a Candela para pedirle que se comunique con Sandoval y retrase nuestro encuentro para dos horas más tarde. Ella responde rápido porque tiene el whatsapp abierto en la computadora. Bufo cuando me cuenta que Sandoval se comunicó al estudio prefiriendo juntarse en un lugar que no sea mi oficina. Entonces le pido que me mande la dirección y guardo el teléfono. Decidí dejar de discutir con él. Sus planteos, dudas, inseguridades y protecciones constantes me agotan la paciencia así que, en vez de obedecerle, asiento y hago lo que quiero. Y lo que quiero es sacármelo de encima. Vuelvo a tocar el timbre del consultorio y no me siento. Camino por el pasillo de un extremo al otro. Si en cinco minutos no aparece, me voy. Me tuve que hacer a un lado cuando una voz anciana que surge por detrás me pide que me corra. Recién ahí me doy cuenta que estoy interrumpiendo la entrada de las escaleras, y la dejo pasar. La veo arrastrar los pies y su bastón hasta otro consultorio que está enfrente. Toca timbre y espera. En un momento me mira y le sonrío un poco, tal vez para disculparme por lo anterior o para simplemente ser empática, pero no responde con ningún gesto y vuelve la vista a su puerta. Vieja y antipática. Pero a ella la recibe una mujer vestida con ambo azul que, según mis cálculos y la placa colgada a un costado, es su kinesióloga de cabecera. Quedan dos minutos, si Julieta no sale, me voy. En realidad, me podría ir ahora porque no tengo nada que esperar y mucho qué hacer. Y como si fuese por arte de magia, o por una cuestión científica en la que solo basta amenazar al universo para que te cumpla lo que querés, se abre la puerta de su consultorio antes de que baje los dos primeros escalones. Se despide de un joven que no llega a los veinte años, que tiene muchos rulos, muchas pecas y una mochila negra escrita con témperas blancas, lapiceras de colores o liquid-paper, qué se yo. Julieta lo despide prometiéndole volver a verse la semana que viene y después me mira a mí.

–¿Puedo empezar yo abriendo la sesión de hoy haciéndote una pregunta? –le consulto ya sentada en la silla que ocupamos los pacientes. Julieta se detiene a llenar un vaso con agua de su dispenser y después se siente frente a mí, del otro lado del escritorio.

–Sí –afirma. Toma un sorbo y deja el vaso. Tiene libros apilados a un costado, una lámpara verde y su cuaderno de anotaciones de siempre con su lapicera cruzada encima. Me encantaría poder leer lo que escribe sobre sus pacientes. Sobre los demás, claro.

–¿Por qué tardaste tanto en abrirme? –me quejo con brazos cruzados, pero ella se ríe– en serio, a mí no me parece divertido. No fueron diez minutos, fue media hora. Sabes que tengo cosas que hacer, ¿no?

–Marian, me hablas como si fueras una paciente que llegó acá hace dos meses.

–Por eso mismo. Como vengo acá hace años, me parece que ya tendrías que saber que me molesta la impuntualidad y tener que retrasar todo mi trabajo. ¿O es que me estabas haciendo una prueba? –pienso– ¿Me estabas probando?

–No, simplemente estuve con un paciente que tuvo una crisis e iba a dejarlo hablar hasta que logre controlarlo.

–¿El púber que salió recién? –señalé a la puerta como si él todavía estuviese ahí; un poco lo marginé.

–Los chicos también tienen crisis.

–Ya lo sé –respondí rápido, sin apartarle los ojos.

–Y, además, no podemos juzgar como cada uno maneja sus crisis, ¿no? –pregunta retóricamente– vos durante un tiempo has tenido sesiones de dos horas o más –y desconozco si lo recuerda para comparar o para hacerme enojar– ya me conocés, sabes que no soy de las que al llegar el horario deja a su paciente a la deriva. Y también porque te conozco, lo último que haría sería jugarte una trampa con la puntualidad. Lo resolvés muy rápido yéndote –pero vuelve a enmudecerme. Qué habilidad– ¿Cómo estuviste éstos días? –inicia su cuestionario y vaya a saber qué está escribiendo.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora