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Listado de cosas que no me gustan: que el despertador suene cinco minutos antes o después del horario pautado, que el agua de la ducha no esté caliente en el momento en que ya estoy desnuda para entrar a bañarme, que haga ruido la madera del parqué cuando camino descalza, no encontrar mi taza para los desayunos y que se rompa la cafetera a último momento. Que no me respondan los mensajes cuando estoy ansiosa, no encontrar la prenda de vestir exacta en la bolsa que devolvió el lavadero, olvidar donde dejé las llaves del auto –u olvidar en su generalidad–. Que el portón del garaje tarde más de cinco minutos en terminar de subir, que me hablen a la mañana y que me saluden cuando sé que no voy a responder. Que haya tráfico; odio el tráfico. Que en la emisora de radio siempre pasen las mismas canciones, que los periodistas saquen conclusiones erradas o que usen palabras específicas para avalar la información que están ofreciendo. Por saber encajar "jurisdicción" o "soslayar" en una oración, no te convierte en abogado, sino en un versero con diploma. Que me toquen bocina también es algo que me molesta, y cuando es más de dos veces ya tengo que bajar la ventanilla para responder. Que el café del bar de la vuelta nunca tenga la cantidad de azúcar necesaria, que haya mucha gente en la entrada del estudio jurídico, que actúen simpatía por interés, que me digan "doctora" también me molesta un poco; cruzarme con colegas que tienen la necesidad de compartir alguna anécdota de fin de semana por la que nadie les preguntó, que Gonzáles continúe invitándome a compartir el ascensor y que tanto mi secretaria como mi socio hagan lo que quieran en la oficina. Y todo eso me pasó hoy.

–Explicación –exijo cuando las puertas del ascensor se abrieron en el séptimo piso y me encontré a Candela con una vincha de orejas de conejo pegando figuritas de huevos de pascuas en las paredes y a Agustín con otra vincha de orejas, apoyado al escritorio, sosteniendo una canastita de mimbre y comiendo chocolate.

–Pascuas –Candela muestra todos los dientes en una sonrisa– hola, jefa.

–¿Y hacía falta convertir el despacho en la cueva del conejo?

–Es mejor de lo que hizo para el día de los enamorados –agrega Agustín y se inclina un poco para saludarme con un beso cuando me acerco. Sí, el 14 de febrero cuando llegué al despacho me choqué con un inmenso globo en forma de corazón que estuvo flotando todo el día hasta que antes de salir decidí pincharlo– ésta es para vos –y me pasa una canastita del mismo tamaño que la suya, pero con más huevitos de chocolate porque, aparentemente, él empezó a comer hace rato.

–¿Nunca te pusiste a pensar en que quizás te equivocaste de carrera y en vez de estudiar abogacía te podrías haber dedicado a decorar interiores? –le cuestioné, pero Candela ríe y termina de pegar la última figurita con dos golpes de puño.

–Si una decoradora me ve en éste momento le da un bobazo –y regresa a posicionarse detrás del escritorio vidriado– solo le pongo un poco de vida. No digo que hayas elegido una mala decoración, pero tanto blanco y negro parece que estoy en una película muda –y me provoca la primera risa del día. Ellos dos no entran en mi lista; son prioridad– ésta canastita con bomboncitos la voy a dejar acá para los que entren a visitarnos –explica. Yo me concentro en buscar el libro de firmas y chequear el esquema de horarios.

–No somos un consultorio médico.

–¿Los conejos ponen huevos? –Agustín interrumpe con la nada que ver. Candela niega con la cabeza y me alcanza otra lapicera porque la que estoy usando dejó de funcionar– ¿Y por qué los ponen como referentes de las pascuas? ¿No tendrían que ser las gallinas? ¿Hubo un conflicto de representaciones?

–Para mí son las gallinas las que ponen los huevos y los conejos son los que van a buscarlos para después repartirlos –le responde. De repente éste tema tiene relevancia.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora