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Pasaron alrededor de seis meses para obtener la confianza, no solo de mi padre, sino también la de todo su equipo de trabajo en el que tuve que volver a inmiscuirme, ésta vez con la condición estricta de formar parte de cada una de sus reuniones. No podía defender a la firma y a sus miembros si no me permitían conocer el otro lado de aquellos a los que debía proteger de la ley. Entendí rápido el por qué también en su momento mi padre no me lo permitió ya que la mayoría formaban parte de esa asociación ilícita en la cual no había negociación que no esté manchada. Al mismo tiempo que sucedía esto, también me enteraba que Lali ya había vuelto a trabajar en el estudio jurídico. Pudo recuperar a sus viejos clientes, aceptó algunos nuevos y estaba acompañada de un socio y una secretaria jóven. No pude recolectar más información porque ya no tenía las mismas fuentes que al principio y Gimena solo se limitó a relatarme lo necesario porque seguía un poco enojada.

Descubrí que habían sido muchos más los nombres de las personas que dejaron el círculo, según la comparación de rostros que hice gracias a la información que Valeria me había entregado. En realidad, no se trató de abandono sino de un quiebre de códigos de los cuales varios de ellos se vieron obligados a tomar partido y lo hicieron del lado de Germán. Sobre ese tema mi padre no hablaba. Le pregunté en más de una reunión a solas y de un almuerzo compartido sobre su relación con Germán, pero prefería evitar el tema y me obligaba a no seguir indagándolo porque ése no era mi asunto. Decidí no discutir con él porque eso me llevaría a varios desencuentros de los cuales me vería en la obligación de tener que volver a dar un volantazo que no me permitiría continuar llevar a cabo mi investigación privada, así que por eso me avoqué a hacer todo lo que no debía: corromper a la ley. Llegué a acuerdos innecesarios con el gremio, arreglé juicios de proveedores inconformes a los que no se les devolvió el trabajo que la firma les prometió, demandé con anticipación a aquellos empleados que fueron despedidos e incluso llegué a un acuerdo millonario para resolver una demanda provocada por otra empresa automotriz que quería desligarse de nuestra firma. Ese gesto provocó gratos aplausos cuando al otro día regresé a la empresa. Mi papá demostraba una felicidad de la cual hacía mucho no era testigo y hasta a Valeria la vi levantarse de su escritorio para aplaudir y chiflar. Me hubiera encantado decirle que no era necesario y que tampoco tenía la obligación de hacerlo porque ella nunca dejaría de ser empleada y que, si dos días atrás había ido en contra de un empleado del sector mecánico, el día de mañana podría hacerla perder a ella. Pero yo no era así... y tampoco lo soy. Tuve que perder un porcentaje alto de mi coherencia laboral y olvidar la razón por la que estudié abogacía. A veces, para encontrar justicia tenés que dejarte llevar por la oscuridad.

Fue precisamente dos semanas después de aquel acuerdo que ya tenía un juicio en el cual me tocó defender a Julio Ledesma como participante individual luego de un inconveniente privado que no era relevante, pero aproveché su pedido exclusivo para involucrarme en su expediente. Cada uno de sus vínculos privados, de sus trabajos y de su relación con mi padre se la mandé escrita por mensaje a mi hermana que recolectaba la información. Aproveché para preguntarle por Germán, pero Julio dejó en claro que no iba a hablar al respecto porque había dejado de tener relación con él hacía rato. Entonces solo me limité a concentrarme en la causa de la cual debí limpiarlo. El problema no se comparaba en nada con todo lo que tuve que hacer días anteriores, por lo que es en vano dar una explicación judicial, pero fue ese día cuando salí del juzgado en el que estábamos citados que tuve la primera sensación de que me estaban siguiendo. Caminaba hacia mi auto y me volteé en más de una oportunidad para corroborar que detrás de mí no haya nadie. Había estacionado en un pasaje que en ese momento estaba vacío y solo se escuchaba algún pájaro porque eran las dos del mediodía, pero fue antes de querer abrir la puerta cuando me interceptaron tres hombres. Uno de ellos me agarró del hombro para voltearme y empujarme contra el auto, el otro me sostuvo del cuello con fuerza al punto de dejarme los dedos marcados en la piel, y el tercero me apuntaba con una navaja.

ASIGNATURA PENDIENTEWhere stories live. Discover now