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–Chau, hasta luego –saludé esa mañana de viernes cuando bajé las escaleras y caminé directamente a la salida. Me había quedado dormido así que no pude bañarme, pero cargué la mochila con una muda de ropa.

–Chau –papá estaba sentado en la barra de la vinoteca leyendo un diario y tomando un café en su taza blanca– pará... –reaccionó– ¿Ya te vas? ¿No vas a desayunar?

–Estoy llegando tarde, compro algo por ahí.

–Tomate un jugo o comete una fruta.

–Estoy bien, papá –desde ahí vi que Eugenia estaba recostada en el sillón, cubierta por una frazada, leyendo un libro, pero espiando por encima de las hojas el programa amarillista que se emitía todas las mañanas.

–¿Volvés para casa?

–No lo sé... –esbocé, y descolgué del perchero una bufanda y mi campera.

–¿Estuviste pensando en lo que te propuse? –preguntó, y revoleé los ojos concentrándome en el cierre de la campera. Sabía que esa intervención tenía su costado interesado.

–No, todavía no.

–¿Pero lo estuviste pensando o directamente rechazaste la propuesta? –insistió. Yo solo exhalé bastante aire y chequeé la hora en el reloj– ya sé que no te gusta que siempre hable del mismo tema, pero me parece importante la propuesta. ¿No estás viendo viviendas con tu novia para irse a vivir juntos?

–Sí.

–Bueno, entonces qué mejor que tener un trabajo estable.

–Mis trabajos también son estables –acoté.

–Uno con un sueldo digno –agregó, y creo que me indigné más.

–No sé si tengo ganas de trabajar en tu empresa, papá –bajé los hombros desganado. Esa conversación estábamos teniéndola casi diariamente y ya estaba cansado– no creo que salga algo bueno estando todo el tiempo juntos. Además, no tengo ganas de convertirme en el abogado de ninguna empresa.

–Bueno, pero por algún lado vas a tener que empezar ¿y qué mejor que de la mano de tu padre? –ya a esa altura no sabía si me estaba recomendando u obligando– aprovechá que estás pronto a recibirte y tenés un espacio importante en donde poder empezar a ejercer... –hizo una pausa y terminó de beber su café. Volví a fijarme la hora: ya llegué tarde– solo soy un padre al que le encantaría trabajar con su hijo –sonrió. Se levantó y se acercó con el diario enrollado bajo el brazo y la taza de café vacía– pensalo, dale. Es una gran oportunidad y me encantaría tenerte en el equipo –me dio dos palmadas en el cachete y después continuó su recorrido hasta la cocina. Solo negué con la cabeza, como quien está harto de sufrir tanto hostigamiento, y me detuve a leer el mensaje de Matías que había llegado a mi celular.

–¿Qué vas a hacer? –irrumpió la voz de mi hermana.

–Irme a la facultad porque ya me retrasé.

–Con la propuesta de papá –aclaró. Se levantó un poco para que podamos mirarnos. Se notaba que no se había levantado hacía mucho porque los ojos los tenía cansados y achinados, y el pelo lo tenía atado en dos trenzas.

–Nada, me gusta lo que hago.

–Ya sé, pero yo la aceptaría –y subió un hombro mordiéndose la uña del dedo gordo.

–¿En serio? ¿Vos aceptarías?

–Bueno, yo no porque no me lo propuso y tampoco le da espacio a mujeres, pero si estaría en tu lugar, sí aceptaría –corrigió– miralo como una inversión. Trabajás en la empresa hasta que puedas juntar la plata para que con Lali se compren una casa, y después renuncias y hacés lo que querés. Plata nunca te va a faltar, o sea, vas a ser abogado.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora