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Son las seis de la mañana y todavía no me levanté. La luz del exterior empieza a entrar de a poco por la ventana y la cama parece abrazarme. No me quiero levantar. No quiero ir a trabajar. No tengo ganas de cruzarme con ningún colega. No quiero tener que volver a Tribunales. Quiero volver a tener veinte y sentirme en esa vorágine que perdí con el paso del tiempo. El despertador vuelve a sonar cinco minutos después y me reincorporo para apagarlo. Exhalo y me calzo las pantuflas al bajar de la cama. Me hago un rodete en el pelo mientras arrastro los pies, salgo del cuarto y cruzo al baño. Tengo las ojeras muy marcadas y los ojos hinchados. También estoy demasiado seria. Sonrío, pero me arrepiento. Después me enjuago la cara con agua tibia, me lavo los dientes y limpio el vidrio que manché con pasta dental. Me sostengo la cabeza mientras hago pis y quedo sentada en el inodoro alrededor de quince minutos. No quiero que suene más el celular ni que nadie se acerque con la intención de hablar sobre el cliente que abandoné y el que no fue. Al volver a salir, me detengo en la puerta aledaña a mi habitación. Blanca, impoluta, con detalles rasgados en azul y violeta. Tal vez no quisiera volver a tener veinte, pero si apareciera un científico buscando un voluntario para viajar al pasado en su nueva máquina del tiempo, sería la primera en postularme. Tengo varios escenarios que modificar.

La mañana está fría y me abrazo a la bata cuando llego al living de la planta baja. Está ese silencio molesto que se mezcla con el soplido del viento que choca contra alguna ventana. Acomodo las carpetas solapadas que anoche dejé tiradas en la mesa ratona y también llevo la copa de vino vacía al lavabo de la cocina. Busco la bolsa de comida para gato en el bajo-mesada y sirvo un poco en un plato violeta. Lo sacudo para generar ruido y después voy a dejarlo a un costado del sillón, cerca de la ventana. Enciendo el televisor para chequear la temperatura, pero también veo que en los noticieros siguen investigando sobre el caso Ledesma. A mí dejaron de indagarme porque encontraron otro hueco en el que molestarme: Sergio Sandoval. Sigue detenido y lo seguirá hasta durante mucho tiempo, pero algunos siguen involucrándome en su caso. "¿Cómo puede ser que una abogada no sepa lo que hace su representado?"; "Quizás sabía y eligió ocultarlo"; "¿Es condición de la universidad de abogacía enseñarles a sus alumnos a mentir sobre los clientes?"; "¿Puede una mujer convivir con la culpa de haber defendido a un violador?". Y presioné el botón rojo para volver a apagar. Cuando giro, me reencuentro con Juez sentado al lado del plato comiendo su alimento.

–Hola, amiguito –me acuclillo a su lado y le acaricio la cabeza entre las orejas. Él no deja de comer, pero mueve la cola lentamente– hacía mucho no nos veíamos. ¿En qué casa te habías escondido? –Juez nunca había sido de nadie, por eso en esa época cuando nos conocimos en mi primera casa de Villa Urquiza, él eligió quedarse. No era solo por la comodidad, era también por el amor. Actualmente, le gusta merodear por el barrio y a veces desaparece por días porque se encontró con algún colega y recorren baldíos o patios de casas, pero siempre vuelve a mí– veo que no te estuvieron dando mucho de comer... –le arranco una hoja seca que se le enganchó en el collar azul– qué ganas de ser vos, eh –le doy un beso en la cabeza blanca y me levanto.

Me cambio, me ato el pelo en una cola, busco un par de aros que combinen con la camisa blanca, abrocho las hebillas de los tacos, espolvoreo un poco de maquillaje en la cara para que las ojeras pasen desapercibidas, chequeo que en el maletín no falte nada, acomodo los almohadones del sillón para que Juez pueda descansar sobre ellos, descuelgo el saco del guardarropa, combino el código de la alarma de seguridad, salgo del garaje con el auto, saludo a Richi que ya está tomando mate y comiendo medialunas en la garita, e inicio el día cuando marco primera con la palanca de cambios.

–Buenos días –saludo cuando entro al despacho luego de que las puertas del ascensor se abran.

–Buenos días, jefa –escucho la voz de Candela que me responde, pero no la miro porque estoy arreglándome los botones de la camisa. Cuando levanto la cabeza, la reencuentro sentada del otro lado del escritorio siendo la cara de bienvenida del estudio, pero también veo que, por encima de su cabeza y contra la ventana, hay una guirnalda de colores y dos globos de cada lado.

ASIGNATURA PENDIENTETempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang