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Todavía no eran las doce del mediodía, pero mi tupper con comida cocinada por Mónica ya estaba abierto. Ese día me había cocinado dos supremas de pollo con una ración de puré de calabaza y otro poco de tomate. Nunca supe si era de niño bien llevar el almuerzo a la universidad, si iba a pecar de ñoño o qué, pero tampoco podía negarle a Mónica el almuerzo. La biblioteca servía como escondite. Nadia ya me saludaba amigable y me preguntaba qué libro iba a fichar esa tarde al irme. Me gustaba elegir los horarios en los que no había super población de alumnos, y también elegía los rincones más vacíos para leer tranquilo y pinchar mis cubos de tomate sin sentir a nadie observándome. Tenía que hacer tarea para poder continuar preparándome para el segundo parcial. El primero ya lo habíamos pasado y todavía no habíamos recibido las notas, pero todos estábamos expectantes porque sería la primera dentro de la carrera. En mi caso traté de canalizar todas esas ansiedades preparándome para los próximos exámenes, no era así el caso de Matías, por ejemplo, que llevaba una semana comiéndose las uñas y juraba que si desaprobaba renunciaría a la profesión. Lo que yo le aseguré es que con ese nivel de frustración y exigencia tendría que planteárselo a algún psicólogo. Estaba dibujando un círculo violeta alrededor de una palabra que luego decantaría en otras más, cuando levanté la cabeza y vi a Lali acercándose con su mochila-maletín cruzada en el pecho, una camisa negra metida dentro de un jean tiro alto y tacos. Desde ese momento la percibí toda una abogada.

–Hola –dejó la mochila a un costado de la mesa y se sentó a mi diagonal.

–¿Cómo estás? –la vi sacar un libro bastante grueso, un cuaderno anillado y esa cartuchera que siempre está cargada de todos los útiles habidos y por haber. Matías siempre dijo que ya casi era un botiquín.

–Bien, cansada... –dejó salir bastante aire y acomodó todo frente a sus ojos. El pelo se lo corrió hacia atrás y sabía que se había emparejado el flequillo cuando notó que le estaba creciendo– entré a preguntar por un libro, pero Nadia me dijo que estabas acá así que aprovecho a molestarte un rato.

–Acá me ves –y con las manos expuse mis resúmenes en proceso. A mí siempre me gustó resumir las fotocopias y después armar cuadros sinópticos en el cuaderno– ¿Tenés hambre? –le acerqué el tupper.

–Gracias –juntó un poco de puré y se manchó un costado de la boca por la brutalidad con la que movió el tenedor. Le di una servilleta y rió mientras se limpiaba– todavía no almorcé, no hice a tiempo a comprarme nada.

–¿Cómo te fue en la clase?

–Bien –subió los hombros, como restándole importancia. Es que a ella siempre le iba bien, incluso cuando juraba que no– ¿Seguís con eso de los cuadros sinópticos?

–Sí. Dejá de criticar los métodos de estudio de los demás –le recriminé con humor y se rió un poco– a mí me gusta, me entiendo.

–Ahí te estás salteando la mitad del significado –señaló apoyando la punta del dedo entre los renglones de lo que había escrito hacía quince minutos– todo esto tiene una relación importantísima con los problemas jurídicos, y acá tendrías que sacar otra flecha.

–¿Algo más, maestra ciruela? –pero ella me sacó la lengua y después agarró un cubo de tomate– sé muy bien lo que falta y lo que no. Es un ayuda memoria, ya te expliqué.

–El otro día cuando estudiamos con los chicos te olvidaste de la mitad de las cosas –recriminó y me hizo reír.

–Eran las nueve de la mañana, no estaba muy lúcido –excusé, pero ella se mordió el labio insinuando un qué hambre. Es que Lali era de las que subrayaba en los textos y después transcribía en su cuaderno. También siempre llevaba un cuaderno viejo para tomar apuntes en clase y, al llegar a casa, lo pasaba en limpio. Victorio le había dicho que era una obsesiva y ella fue muy fresca al responderle que por lo menos iba a convertirse en una mejor abogada que él– ¿Hoy entrás más tarde a trabajar?

ASIGNATURA PENDIENTEWhere stories live. Discover now