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Cuando termino de hablar con Gimena vía mensaje, vuelvo a concentrarme en la corrección de la escritura de una nueva demanda. Mi taza de café todavía está muy caliente a un costado del teclado y, de vez en cuando, me detengo a descontracturar el cuello. Todo mi estrés está depositado en la nuca, camina a lo largo de la columna vertebral, subiendo y bajando desde la cadera hasta la cabeza. Además de necesitar una buena masajista, también necesito unas vacaciones extensas que duren medio año o tal vez toda la vida. El que también parece estar estresado es Agustín porque lo escucho salir de su oficina y dar pasos fuertes que hacen retumbar todo el piso. A Candela la obligué a tomarse el día porque debía retirar las notas de sus parciales y además tenía un seminario al que no quería faltar, por eso es que dejé la puerta abierta de mi oficina para mirar el exterior y poder escuchar el teléfono principal. Y ahora estoy viendo a un Agustín demasiado desencajado y malhumorado que revuelve papeles en el escritorio que no le pertenece, que abre cajones y murmura cuando no encuentra lo que quiere.

−¿Qué te pasa? –le consulto desde mi lugar y tomo un sorbo de café.

−¿Vos tenés los documentos del caso de tráfico de drogas? –pregunta arrodillado en el suelo y pasando un dedo rápido por encima de las carpetas coloridas que están ordenadas alfabéticamente en el cajón inferior del escritorio de Candela.

−¿Cuál? ¿El caso de la familia Heraldo o los del traslado a Portugal?

−Los de Portugal –responde y refunfuña cual niño.

−Tienen que estar ahí. Los de la familia Heraldo los tengo yo –le aviso y me acerco a él con la taza de café en mano porque ya llegó a su punto de perfección para ser consumido.

−No los encuentro por ningún lado y tengo a un fiscal esperándome en el teléfono.

−Encendé la computadora, Cande tiene un sistema de búsqueda –aviso y levanto el teléfono principal– ¿El fiscal es Norberto? –asiente y se acomoda en el sillón para encender la máquina. Marco el botón de la llamada en espera– buenos días, Norberto. Habla Mariana. ¿Cómo le va? –y espero a que me responda con su tono rasposo de tantos años de trabajar en la justicia– me alegra. Me avisa Agustín que va a llamarlo a la brevedad porque tuvo un percance y no quiere tenerlo tanto tiempo en espera, ¿okey? –Norberto asiente y agradece el aviso. Vaya a saber hace cuánto está esperando– él lo llama apenas se desocupe. Muchísimas gracias –y corto la llamada– eso tendrías que haberlo hecho en un principio antes de enloquecer porque no encontrás una carpeta –lo reto, pero Agustín solo me mira de reojo y sosteniendo el mouse.

−¿Por qué le diste el día a Candela?

−Porque tiene un seminario en la facultad y no quería ausentarse. Y también porque soy su jefa y se lo puedo permitir.

−Entonces como jefa también deberías pensar en tener una secretaria de respaldo para cuando ella no esté –se queja y tengo ganas de reírme, pero lo reprimo tomando más café– no puede ser que no encuentre nada, que tenga que salir corriendo cada vez que escucho el teléfono, que todos sigan llamando acá cuando les doy el interno de mi oficina, que incluso envíen los e-mails a la casilla de secretaría y no al mío personal, y también que todavía no me haya podido preparar un té.

−De tilo, por favor –agrego con una cuota de humor y él vuelve a mirarme de esa manera tan particular en el que las cejas se mantienen quietas en la misma línea, que sus ojos se opacan y su boca solo demuestra disgusto– no podés ponerte así por un llamado telefónico y un té, Agustín. Eso te pasa por estar tan acostumbrado a que te hagan todo.

−No estoy acostumbrado a que me hagan nada, pero me molesta no encontrar las cosas y tener que salir corriendo porque suena éste teléfono. ¡Cómo se usa esto! –se queja y sacude el mouse.

ASIGNATURA PENDIENTEOnde histórias criam vida. Descubra agora