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–Buen día –susurra ella cuando empiezo a moverme y parpadear varias veces– ¿Te desperté? –y me lleva varios segundos abrir los ojos para darme cuenta que está sentada a mi lado en la cama, con la espalda apoyada en la pared y sosteniendo un libro en las piernas. Yo niego con la cabeza y giro el cuerpo para quedar boca abajo y cruzar un brazo por debajo de sus piernas que forman un puente.

–¿Qué estás haciendo? –le pregunto después de un rato en silencio, con la boca pegada a la almohada.

–Encontré el libro de la tesis de tu hermana –y hojea una nueva hoja. La tesis de Eugenia al recibirse fue tan excelente que fue halagada por casi toda la universidad y fue llevada a una editorial para construirla en un libro que sigue estando a la venta y que la mayoría de los estudiantes de las carreras sociales utilizan. Lali tiene una copia en su biblioteca y, con seguridad, puedo decir que lo leyó más de cinco veces.

–Es muy bueno –bostezo y vuelvo a dar la vuelta para quedar boca arriba. Ahora me doy cuenta que está vestida con una camisa mía– está terminando otro, pero tuvo una discusión con la Editorial con la que trabajó la primera vez, así que ahora está buscando una nueva.

–Conozco a una colega que tiene amigos que son dueños de una Editorial. Le puedo averiguar... –todo lo dice sin apartar la vista de ese conjunto de letras impresas.

–¿Desde cuándo lees a la mañana? –cuestiono y me mira de reojo, a lo que me hace reír– buenos días –respondo a ese saludo primero y le doy un beso en un costado de la pierna.

–Ya te saludé.

–Qué romántica te pusiste con los años, che –pero ella se ríe y cierra el libro para volver a dejarlo en la mesa de luz porque lo uso de apoya-lámpara.

–¿Qué querés? –pregunta y se desliza por debajo del acolchado para volver a acostarse así estamos a la misma distancia.

–¿Cómo estás? –le consulto, y ya no hablo de ésta madrugada que volvimos a estar juntos, sino de todo lo que nos pasó en éste último tiempo.

–Bien –y sonríe un poco para asegurármelo– estoy bien. ¿Vos? ¿Te sigue doliendo o ya terminaste con el acting? –pasa un dedo por la herida del hombro.

–No, ahora no me duele. Yo pensé que te iba a parecer sexy –bromeo y la veo subir una ceja.

–¿Qué cosa?

–No sé, en las películas las mujeres se excitan cuando ven a un hombre desnudo con disparos.

–¿Me estás hablando en serio? –cuestiona, y asiento conteniendo mucho la risa porque su seriedad es digna de una fotografía– a mí lo que me parece es que sos un pelotudo con un tiro en el hombro –y carcajeo– dejá de hablar de eso como si fuese un hecho heroico. Casi te matan.

–Peor la pasaron Mocorrea y Bilbao –aclaro. Es que uno está detenido y cojo; el otro, muerto.

–Me olvidé de contarte algo... –dice después de un rato y me acomodo mejor para escucharla clavando el codo en la almohada y descansando la cabeza en el puño. Ella me mira y sonríe, así que deduzco que se trata de alguna maquiavelidad.

–¿Qué? ¿Qué pasó? –tarda en hablar y me entretengo sacándole una pestaña que se le pegó en el cachete.

–Prefiero que te enteres por mí antes de que sea por otro lado, aunque no haya más nadie que lo sepa... –tiene una manera tan intrigante para hablar que me pone nervioso y ansioso en las mismas proporciones. Entonces yo subo las cejas esperando y ella toma aire– estuve con Santiago Mocorrea –dice. Primero entumezco los labios, después inflo los cachetes y expulso una nueva risa– no entiendo qué es lo gracioso.

ASIGNATURA PENDIENTEWhere stories live. Discover now