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−¿Candela, me estás escuchando? –ya era la tercera vez que lo pregunto porque del otro lado solo oigo ruidos extraños y ninguna voz. Bufo mientras giro el volante y corroboro por el espejo retrovisor que ningún auto se cruce por detrás– Candela... −repito. Creo distinguir una canción de "La Mosca" y unos golpes extraños que parecen retumbar en una pared– ¿Alguien me está escuchando o quedé hablando sola? ¡Hola! –grito.

−¡Perdón! –Candela resurge– perdón, Marian, estaba acá manejando unos asuntos.

−Sí, me imagino –ironizo.

−¿Qué es lo que necesitás?

−Que me mandes una foto de la solicitud que te dejé sobre el escritorio y también que envíes a mi e-mail el documento de la sentencia sobre el caso de narcotráfico.

−Okey, anotado. ¿Algo más?

−Sí, no me esperen porque no voy a ir a la oficina –aviso y espero a que cruce una moto para poder agarrar la autopista– tengo que hacer un trámite lejos y no voy a llegar a tiempo, pero después me gustaría que si tienen la oportunidad me lleven el trabajo a casa.

−Yo estoy disponible, a ver... ¡Agus! –grita y me destapo un oído– Marian hoy no viene a la oficina y quiere saber si podemos alcanzarle el trabajo a la casa más tarde.

−A las siete –indico.

−¡A las siete dice! –¿a dónde está metido Agustín que ella grita tanto?– ¡Agustín!

−¡Qué! –lo escucho desde un más allá y solo pienso en qué bien hice en no asistir hoy a la oficina– ¡Hice cien puntos! ¡Te estoy ganando!

−¿Qué están haciendo, Candela? –pregunto y me sueno el cuello.

−Es que se compró unos dardos y estábamos compitiendo hasta que llegues vos.

−¿Eso significa que hoy van a dedicarse a jugar a los dardos todo el día? –deduzco, pero ella solo deja salir una vocal que ni siquiera llega a ser palabra– a las siete los quiero a los dos en la puerta de mi casa para trabajar hasta tarde.

−¿Te enojaste? –pregunta en un hilo de voz. También distingo que baja la música.

−No, solo les aviso que como en la oficina no van a hacer nada, tendrán que hacerlo en mi casa –digo– enviame todo lo que te pedí y al mediodía corten la jornada. A las siete los quiero en casa –repito.

−Okey, a las siete –y seguro lo está anotando en un post-it– ahora te mando los archivos. Suerte, Marian –saluda y corto rápido antes de que me pida algo.

Ese día me levanté pensando en una sola cosa: Soledad. No el sentimiento, sino el nombre propio. La noche anterior había hablado con ella cuando le mandé un mensaje preguntándole cómo se sentía. Respondió rápido porque estaba ansiosa e intentando manipular toda esa tensión mirando videos en youtube. Entonces me preguntó si podía llamarme y acepté porque yo también necesitaba hablar con alguien más allá de Juez. Me contó que no podía dormir, que tampoco lo haría y que no podía dejar de pensar en ese momento exacto en que tenga que caminar por el juzgado y volver a verle la cara. Intenté tranquilizarla como mejor me salió, le hice un chiste estúpido del cual rió y, después de unos minutos de conversación, volvió a preguntarme si asistiría al juicio. Le dije que no porque tenía que ir a Tribunales y estaba demandada por mucho trabajo, pero hoy me levanté y cuando subí al auto en dirección al buffet tuve que desviarme para viajar hasta La Plata. No iba a poder concentrarme en ningún expediente sabiendo que mi padrastro iba a estar siendo juzgado después de tantos años de tortura.

El horario de inicio del juicio estaba pronosticado para las diez de la mañana, hasta allá tengo una hora y media de viaje así que, si mis cálculos no fallan, llegaré para el inicio o con quince minutos de retraso. Saco la emisora de radio que solo se concentra en dar malas noticias y busco una en la que se dedique a dispersar la mente con música. Gustavo Cerati canta que soñamos con similitudes y volvemos a pasar por lugares que ya existen en un eterno dejavú, cuando escucho el audio de Candela avisándome que ya envió todos los documentos que le exigí. Mientras espero congestionada en el tránsito, analizo la posibilidad de enviarle un mensaje a mamá para contarle sobre el juicio a Rubén; también pienso en Peter. Pero no le hablo a ninguno de los dos porque hoy es un día de introspección conmigo y todo mi pretérito. Tal vez Gustavo tenga razón en que cada paso que damos es un dejavú de algo que ya vivimos y que sacar belleza de todo ese caos es una virtud que no debemos dejar pasar.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora