Capítulo 17

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Las luces rojas y azules del auto de la  policía hacían que la calle oscura se iluminara

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Las luces rojas y azules del auto de la  policía hacían que la calle oscura se iluminara.

Las personas empezaban a juntarse frente a la entrada del callejón, intentando mirar que había pasado ahí.

La zona estaba rodeada de una cinta amarilla que decía a gritos que estaba prohibido el paso, sólo las personas autorizadas podían pasar.

—Fué apuñalada tres veces en un lapso de cinco minutos —concluyó el policía—, su muerte fué lenta.

Otro policía más empezó a caminar por los alrededores de la chica que yacía tirada en el piso, aún no la habían cubierto, necesitaban buscar algunas pistas y tirar fotos para luego hacer una investigación.

La pelirroja llegó corriendo hacia la escena del crimen, había tardado un poco descifrando donde estaba Sierra y qué había pasado, cuando llegó y vió a su amiga tirada en el piso, sus ojos se cristalizaron y su cuerpo empezó a temblar.

—¡Sierra! —exclamó ella, su grito sonó desgarrador.

—Señorita, no puede pasar —confesó uno de los policías al ver que Astrid intentaba pasar.

—No, tengo que pasar —susurró la chica con los ojos fijos en el cuerpo de su amiga—, ella está bien, ella no... Ella no...

Las lágrimas salieron descenfrenadamente de los ojos de nuestra protagonista, su mirada no se movía de la escena del crimen, vió como el médico forense y los enfermos empezaron a subir el cuerpo de Sierra a la camilla para luego intentar llevarla a la ambulancia.

Astrid logró zafarse del agarre del policía y corrió hacia la camilla en donde se encontraba su amiga, estaba cubierta y por ende no se le veía el cuerpo pero sus brazos estaban extendidos hacia los lados, sus uñas pintadas de negro con brillitos era la única prueba para afirmar que sí era ella.

Sierra estaba muerta.

—¡¿A donde se la llevan!? —gritó asustada la pelirroja, caminó detrás de los enfermos para intentar entrar con ellos a la ambulancia, pero los policías llegaron y obstruyeron su paso— ¡Maldita sea, suéltenme!

Subieron el cuerpo de Sierra a la ambulancia y se fueron, los policías que estaban agarrando a Astrid la soltaron, tiraron unas cuantas fotos y antes de irse a la estación, fueron hacia donde Astrid.

—No se desaparezca, tenemos intención de buscarla pronto —pidieron.

—¿Q-qué pasó con ella? ¿cómo murió? ¿¡Qué le hicieron!? —las preguntas salen una tras otra de la boca de Astrid, la pelirroja estaba temblando, aún no podía creerlo.

—No podemos dar esa información a gente desconocida, si necesitamos su ayuda la contactaremos —informó el policía.

El personal que se había reunido para investigar empezó a recoger sus cosas y cuando ya todo estubo listo, subieron a las patrullas y se fueron.

Las personas que estaban amontonadas en la entrada del callejón empezaron a disiparse, como ya sabían lo que había pasado no tenía sentido estar ahí.

La pelirroja arrastró sus pies hasta sentarse en una esquina del callejón, su vista estaba puesta en el charco de sangre que se había quedado allí. Sin duda era de Sierra.

Las lágrimas salían en gruesas gotas de los ojos de Astrid, su labio inferior temblaba y su nariz estaba llena de mocos, la chica era un desastre ahora mismo.

—Todo esto fué mi culpa... —susurró la chica— De seguro se dieron cuenta de que ella estaba investigando a un asesino y decidieron matarla...

Astrid posó sus manos en ambos lados de su cabeza y gritó, gritó tan fuerte que sentía su garganta rasgarse. No podía creerlo, no estaba apta para aceptar el hecho de que su amiga había muerto.

Recuerdos con la chica pasaron en su mente, como si fueran una película feliz con un final triste: la primera vez que hablaron, cuando se hicieron amigas, las risas que compartieron, los secretos, las promesas que hicieron, las peleas que tuvieron y por último, su cuerpo tendido en el piso cubierto de sangre.

—¡Dios! —gritó ella mirando al cielo oscuro sin estrellas a la vista— Por favor devuélvemela... Ella es mi... ¡Ella no tenía nada que ver en esto, maldita sea!

La chica se tiró al piso aún llorando, su cabeza palpitaba, su corazón dolía y sus ojos estaban irritados, sus piernas dolían de tanto correr y sus manos estaban empezando a temblar de nuevo.

Astrid estaba entrando en una crisis.

—Sierra... —volvió a susurrar— Sierra... Sierra... Sierra...

Su nombre parecía una daga, cada vez que lo nombraba su corazón se estrujaba, muchos dirán que la chica estaba exagerando, pero no.

Si a ustedes se le muere una amiga inigualable, irremplazable, graciosa y capaz de apoyarte en todo sin importar lo jodida que estés. ¿Ustedes que harían?

Astrid sentía que el mundo se le iba a caer encima, en serio sentía que ella no pertenecía a este y que solamente estaba ahí para desperdiciar oxígeno.

El mundo era cruel, las personas eran crueles, Dios era cruel.

Sólo las personas buenas sufren, a las personas buenas le pasa todo lo malo en la vida. Esa era una realidad, nadie podía negarlo.

—Voy a matar a quien te hizo esto —habló firme la chica.

No había nadie en el callejón, ella estaba sola. Pero todos aquí sabíamos a quien ella le estaba diciendo aquellas palabras.

—Voy a matar a la persona que te mató a ti Sierra, es una promesa —soltó con la voz ronca de tanto llorar.

Se levantó del piso del callejón y con las fuerzas que le quedaban, empezó a caminar hacia la estación de policía para investigar qué había pasado exactamente.

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No te acerques a Uriel [COMPLETA] [Editando]Where stories live. Discover now