Epílogo

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Ya está, todo había acabado

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Ya está, todo había acabado.

La chica de doble identidad se encontraba sentada en el piso, mirando el cuerpo inerte del joven que le había causado tantos problemas.

Fué difícil hacerlo, tan difícil que incluso se planteó no hacerlo.

Pero, si ella quería ser feliz, tenía que eliminarlo.

Uriel Magne era ese tipo de chico con apariencia normal que te robaba suspiros cada vez que te miraba, con sus ojos grises profundos y pelo negro algo rizado, era catalogado como uno de los chicos más lindos de Century sumándole la altura y el cuerpo que se cargaba.

Pero a pesar de esa linda apariencia, el estaba jodido por dentro.

Mató a innumerables personas, cometió algunos delitos y sobre todo, secuestró a alguien agrediendola físicamente con una pistola.

Además, estaba obsesionado con una chica.

¿Con qué palabras se pueden describir a Uriel más que con "psicópata"? Por ahora, no había respuesta.

Astrid, que al mismo tiempo era Phoebe, se encontraba mirando a Uriel intentando no llorar y buscando el celular para llamar a la policía. Pero unas palabras atascadas en su garganta no dejaban que hablara.

—Si Uriel es un psicópata, yo soy una loca manipuladora —confesó después de varios minutos— Siempre culpo a Uriel de todo lo que me pasó, pero en realidad todo eso ocurrió por mi culpa.

Dejó el celular en el piso, ya no iba a llamar a nadie.

—El chico que matamos en la colina, mi padre, todos los cuerpos que escondimos y al final la chica pelirroja que maté. Todo eso no se compara con lo que Uriel hizo.

Se levantó del piso y empezó a buscar algo que facilitara lo que iba a hacer.

Ya no era una chica normal, ahora era una asesina que había matado a otro asesino.

Recordó las últimas palabras de Uriel, esas que dijo mientras el cuchillo se incrustaba una y otra vez en su pecho. Sus ojos cerrados, su respiración entrecortada, la sangre en su frente.

No importa lo que pase, no importa si ya no me quieres o si decides matarme. Yo siempre te voy a amar ya que tú fuiste mi primer amor, y espero que enterrar ese cuchillo en mí haga que dejes de odiarme, siempre estaré pensando en ti, Phoebe.

Una de las cosas que más le impresionaban de Uriel, es que el es capaz de diferenciar entre Astrid y Phoebe.

A Phoebe el la veía como la niña que lo ayudó a crecer, que siempre estuvo ahí para el y que amó siempre. Mientras que Astrid era la chica que utilizaba para refugiarse, no le importaba que fueran la misma persona. Pues a pesar de tener nombres diferentes y estar en el mismo cuerpo, habían marcado algo en la vida de Uriel.

Caminó por la sala de lo que antes era su casa, la madera chirriaba con cada paso y las paredes estaban decoradas con fotos de cuando ella era una niña. Caminó hacia una pequeña puerta que estaba al lado de las escaleras y ahí encontró una foto, era la misma que traía Uriel en su bolsillo.

La foto en la que estaban Uriel y Phoebe juntos, sonriendo.

Abrió la puerta e inmediatamente todos los objetos de jardinería aparecieron; palas, escobas, tijeras, polen, abono, macetas. Era un pequeño cuarto pero cabían muchas cosas.

Con una sola mano quitó la pala que estaba frente a ella y un objeto negro pesado apareció, lo tomó y cerró la puerta. Luego fué hacia donde Uriel.

Su cuerpo tendido en el piso, el cuchillo incrustado en el pecho, su pelo negro revuelto y sudado, sus ojos grises que ahora estaban cerrados y sus brazos extendidos hacia los lados.

La chica suspiró, sintiéndose confundida.

Una parte de ella, la que conformaba a Phoebe, se sentía asustada por haber hecho algo así, no se reconocía y sus manos temblaban. Se sentía mal.

Mientras que la otra parte, la que era de Astrid, estaba más que feliz pues por fin había vengado la muerte de Dankev y de Sierra. No sentía temor, ni tenía ganas de llorar. Sólo estaba alegre, emocionada.

Con esa declaración, ya podíamos sacarnos de dudas.

Astrid estaba feliz mientras que Phoebe estaba asustada y aterrorizada por lo que acababa de hacer.

Miró el objeto que traía en manos y lo apretó.

—Por más que lo quiera evitar, no puedo vivir con el peso de que he matado a alguien —alzó el objeto— Y no solo a una, sino a muchas.

Con ojos vidriosos y vista nublada, miró la pistola que traía en manos. Era la misma que Uriel había usado para golpearla y matar a Dankev.

—De todos modos, esto era parte del plan —habló firme, pero con lágrimas en sus ojos— Matar a Uriel por haberme convertido en una asesina y luego disparme a mí por seguir matando a más gente.

Abrió la boca formando una perfecta "o". Acercó la pistola a esa parte de su cara y cerró los ojos.

Ella ya sabía lo que tenía que hacer, estaba decidida. Pero le daba miedo hacerlo.

¿A quién no le daba miedo a la hora de hacer lo prohibido?

Sus manos temblaban, su pecho subía y bajaba, su cara estaba manchada de la sangre de Uriel, sus piernas le hacían una mala jugada y su estómago estaba revuelto.

No quería sufrir más, no quería vivir con el peso de haber matado a tantas personas.

Y sin dudarlo más, lo hizo.

Disparó.

El tiro entró directamente en su boca a una velocidad tan impresionante que traspasó su boca y terminó saliendo por la nuca. Sangre, saliva, carne y tejidos habían salido disparados del cuerpo de Phoebe.

Su cuerpo calló al piso, justamente en el pecho muerto de Uriel, su muerte fué tan rápida que ni siquiera dió tiempo para mirar por última vez al chico más tóxico que había conocido.

Ese que es capaz de hacerte flotar en las nubes, pero que al mismo tiempo te lleva al sendero de lo prohibido y termina matandote rápidamente y sin compasión.

Phoebe cerró los ojos, una lágrima solitaria salió de uno de estos.

Todo había acabado. Para ella, para ti, para Uriel, para todos.

Y al fin, ahí tirada en el piso y muerta, Phoebe encontró la paz que estaba buscando desde que era pequeña.


No te acerques a Uriel [COMPLETA] [Editando]Where stories live. Discover now