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VENUS ENTRÓ PRECIPITADAMENTE A LA SALA COMÚN DE SLYTHERIN.
No había nadie cuando ingreso en su habitación. Fue directa hacia su baúl, y sin importarle tirar todo su contenido al suelo, de forma desesperada buscó el pequeño espejo que le permitiría comunicarse con Remus.
Intento tomar aire para poder hablar, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hasta tragar saliva.
Tenía que tranquilizarse sino quería que el licántropo viniera a buscarla.
—Tonks —llamó con voz temblorosa.
No parecía ella, su voz nunca había sonada tan dañada, tan perdida.
Tan rota.
Nadie contestó lo que hizo que las punzadas en el corazón de Venus dolieran más.
—Tonks, por favor —suplicó al borde del llanto.
Pasaron un par de segundos más hasta que otra imagen diferente a la de Venus se reflejará en el pequeño espejo de bolsillo.
—Venus, mi niña —hablo Andrómeda con voz cansada.
Hacía meses que no la veía, pero tenía un aspecto horrible. Para nada aparentaba sus 40 y pocos años que tenía. Estaba ojerosa, con el pelo azabache despeinado y más pálida de lo habitual.
—Estoy en San Mungo con Dora, cariño —Venus abrió los ojos con el miedo recorriéndole el cuerpo—. Unos carroñeros vinieron a por Ted mientras estábamos cenando —comenzó a explicar—. Remus luchó contra ellos dándole la oportunidad a Ted para escapar. Le ha salvado la vida.
El dolor era insoportable.
—¿Qué le pasó a Remus? —susurró en un hilo de voz.
—Mi niña, no creo que...
—¿Qué le ha pasado a Remus? —repitió con más fuerza.
—Está muy grave, los medimagos no saben si sobrevivirá.
Venus estaba segura de que arrancarse el corazón habría dolido menos que aquello.
