XXVII

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Juego 


Era indescriptible. La angustia oscilaba entre la desesperación y rabia. La tenía ahí de frente pero no podía ni siquiera levantar la vista. Le dolía todo, había caído de rodillas y lloriqueado frente a ella, pero el dolor no era externo. Lo sentía desde lo más interno de su ser, algo que rompía incesante y repetidamente en su pecho. ¿Así se sentía? ¿Así se sentía que te rompieran el corazón?. Como agua fría cayendo en la espalda, como un gran vuelco en el estómago, pánico, miedo, todo al mismo tiempo, cortando lentamente por dentro dentro. No podía evitarlo. Sabía que al decir su nombre todo iba a acabar. Así sin más. Lo supo al pronunciar su nombre. Incluso antes. Lo supo cuando Lisa la miró a los ojos y en ellos había sorpresa y dolor palpable, casi pudo ver como en segundos ella hacía la conexión, toda la información amontonada en un brillo intenso en esos bellos ojos cafés, que por un instante contempló. Tan diferentes, tan sorprendidos y arrepentidos que incluso la hicieron temblar. Se había dado cuenta, Lisa ya lo sabía ahora. Incluso aunque le ordenó decir su nombre negando no saberlo. Ella lo sabía pero era necesario decirlo, se dijo, para acabar con eso. No, no pudo volver su vista a Lalisa Manoban. Y se había llevado su mano al rostro para cubrir su pena. Porque dolía, dolía el hecho de escucharla simplemente.

Pasaron minutos, tiempo suficiente para volver a calmarse, para que el llanto cesara. Ella no había pronunciado ni una sola palabra. No se había siquiera movido de donde estaba. Seguía arrodillada a su lado.

Pensó entonces, que debía armarse de valor, el poco que quedaba. Ella debía tomar el control, de eso y de ella misma, quizá Lisa no lo mereciera. No podía dejar que la viera desmoronándose de esa forma o de cualquier otra. No frente a ella. Quizá en solitario se permitiría sufrir, pero solo entonces.

Quitó la mano de su rostro y trató de limpiar el rastro de lágrimas en su mejilla. Se enderezó propiamente, como cuando estaba en una sesión de fotos, debía actuar, aunque el decepción pesaba en su espalda.

La miró a los ojos. La miró por fin, pero no era lo que esperaba cuando decidió encararla.

Lisa solo miraba un punto sin mirarlo realmente. Solo estaba inmóvil, mirando a lo que le pareció la nada. Había en sus ojos un brillo de dolor y arrepentimiento. Observó su rostro, atractivo, bello que le dolió respirar. Perder a Lisa era lo último que había querido hacer con aquel viaje. Pensó por un instante en acercarse a ella, consolarla, consolarse en sus brazos. Un impulso, quizá estupido, quizá el último, la empujada a levantarse y abrazarla como tantas veces había querido. Sentir que le pertenecía. Que se pertenecían. Y que ya no solo abrazara a la modelo, sino a Rosé, a ella, su esencia genuina. Quizá, pensó, quizá confiar un poco, aferrarse a ese porcentaje bueno que Lisa tenía, porque parecía sufrirlo como ella. Porque en sí, Lisa realmente valía la pena.

Buscó sus ojos, en súplica, quería demostrarle que no importaba, que era Rosé, su Rosé y lo demás podría arreglarse. Sea lo que sea tenía solución, y no podían solo dejarlo ir sin siquiera intentarlo.

Entonces lo notó, los ojos de Lisa parecían perdidos, como si pensara algo que no pudo descifrar en ese momento, parecía hacer conjeturas, Lisa estaba lejos ahora, metida enteramente en sus pensamientos. Y eso la hizo dudar. Porque aquel arrepentimiento en sus ojos; cambió. Como si algo hubiese cruzado por su cabeza, de repente, Lisa arrugó la frente. De un segundo para otro, su semblante pacifico y acongojado cambió a molestia palpable.

Fue entonces que la miró. La miró intensamente y sus ojos, antes arrepentidos, mostraban una furia contenida. Cruzó los brazos delante de su pecho y sostuvo su mirada.

¿Qué demonios pasaba con ella?.

- ¿Te divierte esto?.- preguntó por fin, fría y distante con sus ojos bien puestos en ella. - ¿Te divertiste estos días? . - ¿Divertirse? ¿Qué demonios?. Si los había sufrido. Rosé no pudo más que mirarla confundida.

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