30. Fuego

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—¿Cómo que irte? —Me dijo Caballero con preocupación—. Tú no te preocupes, unos días en el hospital tampoco son para tanto y seguro que los médicos te dejan como nueva. —Su sonrisa me reconfortó al instante y Rosa se apresuró a envolverme en un abrazo.

—Necesitas descansar, Afri, no tienes muy buena cara. Tú céntrate en recuperarte y ya verás como todo lo demás se aclara solo —dijo la mujer mientras me acariciaba la mejilla.

—Y toma, llévate el teléfono, así podrás entretenerte jugando a una de esas cosas absurdas que tanto os gustan a los jóvenes —dijo Caballero con el ceño fruncido.

—Nos hemos asegurado de cargarlo, así que llámanos de vez en cuando para contarnos qué tal estás. Marcial nos ha dicho que te tienen que hacer muchas pruebas para asegurarse de que el lobo no te haya pasado ninguna enfermedad contagiosa ni nada por el estilo.

«Si tú supieras, Rosa...»

Mis ojos se encontraron con los del jefe de policía y en ellos pude ver el travieso brillo que se había apoderado de su mirada. Sus cejas se arquearon, y cuando señaló la mordedura que había en mi cuello, su rostro se transformó para mostrarme una sonrisa maliciosa que amenazó con hacerme reír.

«El diablo sabe más por viejo que por sabio».

—¿Dónde está Zoe?

—Se ha ido a pasar unos días con su familia —dijo Rosa antes de abrazarme por última vez.

Me despedí de ellos y de los amigos y conocidos que había en el local y volví al coche a toda prisa; tenía que salir de allí cuanto antes para evitar problemas. Abrí la puerta del todoterreno mientras llamaba a Zoe. Sabía que la joven no tenía familia y estaba segura de que el encuentro con el lobo la había dejado traumatizada.

Tenía varias llamadas suyas y maldije en voz baja, pues no había estado a su lado para ayudarla a superar su primer encuentro con un animal salvaje. Zoe era muy asustadiza y el recuerdo del aberrante debía estar aterrorizándola en sueños.

Suspiré con resignación cuando no me respondió la llamada y lancé el móvil y la cartera en el asiento de atrás. Más tarde volvería a llamarla, lo principal en aquel momento era salir de allí.

Me deslicé en el asiento del conductor y me moví para cerrar la puerta, pero mis músculos se tensaron en cuanto una ráfaga de viento trajo un olor que provocó que emitiese un gruñido inconsciente.

«Aberrante».

Arrugué la nariz mientras trataba de averiguar la dirección de la que provenía su rastro y salí del coche a toda prisa. Dejé las llaves bajo los pedales y cerré la puerta de un golpe. Caminé entre las calles del valle, y a pesar de que había dejado de llover, podía sentir cómo la humedad y el olor a tierra mojada impedían que distinguiese el olor de aquel lobo.

La maldición del sol +18 (Completa)Where stories live. Discover now