56. Ancestros

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—No me estarás echando, ¿no jovencito? —le preguntó Catalina a Dante con los brazos en jarras.

La frente del alfa se arrugó y su rostro se tornó serio. Los ojos de los presentes se desenfocaron y no me hizo falta más para comprender que les estaba diciendo que era hora de irse a dormir. Los últimos días habían sido estresantes para todos y con todo lo que había ocurrido nadie había descansado como debía.

—No vamos a dejarte aquí solo —le dijo Hugo con una lealtad que me llegó al corazón.

—Necesitamos estar presentes por si te pasa algo —coincidió Ceylán con gesto firme.

Los ojos del alfa se transformaron y de su pecho brotó un gruñido con el que mostró su irritación. Catalina lo observó con los ojos entrecerrados y el desafío de miradas se alargó hasta que los iris de Dante se centraron en mí en busca de apoyo.

—A mí no me mires. Si mi hijo estuviese en la enfermería, yo tampoco me separaría de él. —Mi respuesta provocó que emitiese un gruñido todavía más alto y la madre de Dante se rio entre dientes e intercambió una mirada significativa con Javier.

—¿Tú te vas a quedar? —me preguntó.

—He dormido durante toda la tarde y tengo mucho que leer —le dije con una sonrisa.

—Dame tu móvil —me pidió el padre de Dante—. Al mínimo cambio nos llamas.

Hugo emitió un gruñido de protesta que me llamó la atención y negué con la cabeza cuando comprendí que él, Dante y Ceylán estaban discutiendo a través del vínculo. Decidí sentarme en el sillón que hasta el momento había ocupado Catalina y dejé que solucionasen sus problemas ellos solitos. Los padres de Dante se despidieron y me alegré de que se marchasen, pues el cansancio se acusaba en cada centímetro de sus rostros. Ignoré los sonidos que emitían los tres lobos que quedaban en la estancia y me sumergí en el contenido del libro, evadiéndome de todo lo que ocurría más allá de sus páginas.

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—África —dijo una voz que me sobresaltó.

Cuando levanté la mirada percibí que el exterior se había sumido en una profunda oscuridad. Dante volvía a estar dormido sobre la camilla y Hugo, que se encontraba sentado en una silla en una posición bastante incómoda, también se había rendido al cansancio.

—Creo que me voy a echar una siesta —me dijo Ceylán en un susurro—. Dante tiene razón, estoy agotado y me cuesta pensar. Me voy a acostar en el cuarto de al lado, avísame ante el mínimo cambio, por favor.

—No te preocupes, descansa tranquilo.

Ceylán se encaminó hacia la salida luchando por mantener los ojos abiertos, y tras un rápido vistazo al reloj, descubrí que habían pasado tres horas desde que los padres de Dante se habían ido. Me levanté y fui a la cocina de la enfermería, donde me preparé un café y robé una barrita energética de uno de los muebles. Mis músculos agradecieron el paseo y me topé con la mirada de Hugo cuando volví al cuarto.

La maldición del sol +18 (Completa)Where stories live. Discover now