20. Hitler

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—¿Cómo que vienen tus padres a cenar?

Dante me observó con pánico en la mirada y comenzó a signar a una velocidad asombrosa. El alfa se detuvo al percibir mi cara de desconcierto y gruñó con frustración al recordar que no podía entenderlo.

«La puñalada justo en mi incultura» —pensé algo dolida.

«Quieren conocerte» —escribió en el móvil.

Mis ojos se encontraron con los suyos y levanté una ceja con incredulidad al saber que todo lo que había dicho hacía unos segundos no se recogía en aquellas dos palabras. Aquel era un buen símil de nuestra relación.

—¿Y vienen aquí? ¿Ahora?

Dante asintió con la cabeza y se llevó una mano a la nuca con frustración. Estaba preocupado y algo dentro de mí quería hacer que se sintiese mejor. Vale, sí, me había llevado a vivir con su manada en medio de las montañas, pero también se había asegurado de que me recuperaba y no se había apartado de mi lado mientras estuve inconsciente en la enfermería.

Me estaba dando espacio para adaptarme, cosa que tenía que ser muy difícil, especialmente para un alfa, ya que el primer instinto de un lobo al encontrar a su astro era no separarse de él, y aunque me gustaría poder ignorarlo, sabía que de haberlo conocido en circunstancias normales, me habría sentido atraída por él sin necesidad del vínculo astral.

¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

«Se merece a alguien mejor que tú», había dicho Hugo. Las palabras del beta resonaron en mi mente y mi pensamiento se inundó con las imágenes del respeto que sentían los miembros de la manada por Dante. Cada gesto, cada mirada y cada palabra dirigida a él estaban cargadas de una admiración que no lograba comprender. ¿Cómo iba a ser malo alguien a quien admiraban tantas personas?

«Hola, ¿te suena Hitler?»

El latido de mi corazón se aceleró al sentir que la frustración se abría paso en mi mente, y Dante me observó con confusión al percibir el cambio en mi ritmo cardíaco.

—¿Y qué vamos a cenar? —pregunté resignada, esperando que la corriente me llevase a buen puerto.

El alfa frunció el ceño al escuchar mis palabras y me sorprendió soltando una carcajada incrédula. Cuando vi su reacción no pude evitar sonreír y me reí entre dientes al percibir que negaba con la cabeza mientras salía del cuarto.

—Eso no es una respuesta —dije siguiéndolo hasta la cocina.

Dante se limitó a abrir la nevera, que lo único que contenía era un cartón de zumo de naranja y una pizza de queso.

—¿Me tomas el pelo? —pregunté indignada y desconcertada a partes iguales.

—Yo algo algo no ellos esperar.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora