70. Infierno

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Lo primero que vi tras subir las escaleras que daban al tejado de la casa de la manada fue la puesta de sol, que iluminó el horizonte con unos tonos anaranjados que hicieron honor a toda la sangre que se derramó aquel día. El cuerpo de Zoe se tensó en cuanto procesó la escena que se desarrollaba ante nuestros ojos y tuve que esforzarme para que mi rostro transmitiese una calma que no sentía.

La mayoría de los lobos que quedaban en pie pertenecían al ejército enemigo y nuestros hermanos y aliados eran masacrados por los aberrantes sin ningún tipo de compasión. El claro estaba repleto de cadáveres y cuerpos de lobos heridos e indefensos y el escarlata que teñía la hierba de la explanada logró que se me erizase la piel de todo el cuerpo.

Los recuerdos amenazaron con hacerme perder el control, al igual que los gritos y aullidos de desesperación que llegaban a nosotras. Un gemido de dolor me llamó la atención por encima del resto y mis ojos encontraron a Dante en medio de la confusión. La sangre teñía su pelaje al completo, pero la herida más grave era la que le acababa de provocar el aberrante que tenía encima y que le había hundido las garras en el pecho. Mi cuerpo se movió antes de que mi mente reaccionase. Sentí la suavidad de la pluma entre los dedos mientras cargaba el arco y tensaba la cuerda. El cordón de seda generó una ligera vibración en el aire antes de que la flecha saliese disparada y atravesase el cráneo del aberrante, que se detuvo de inmediato.

—¡Joder! —exclamó Zoe con asombro.

Dante se deshizo del lobo que yacía sobre él y observó la flecha que sobresalía de su hocico y que lo había salvado de un gran dolor. Su mirada siguió la trayectoria del disparo y su rostro se transformó en cuanto me vio sobre el tejado con el arco entre las manos. Sus iris se llenaron de agradecimiento y el orgullo y la admiración que sentí a través del vínculo consiguieron que lograse olvidar, aunque solo fuese por unos segundos, que estábamos perdiendo aquella batalla.

«Reina, creo que acabo de determinar que me gustas más que el helado de caramelo salado» —dijo con una gravedad que me sorprendió.

«¿Y eso es malo?»

«No» —respondió mientras echaba a correr hacia un aberrante que había acorralado a un aliado—. «Pero significa que cuando salgamos de aquí, voy a pasar un buen rato lamiéndote».

Dante me miró con picardía antes de desaparecer y la carcajada que escapó de mis labios me calentó el pecho y alivió mi malestar. Un aullido me devolvió a la realidad y me apresuré a cargar el arco antes de buscar un nuevo objetivo con la mirada. Moví el brazo hacia atrás para conseguir que la cuerda lazase la flecha en el ángulo correcto y sonreí cuando vi que otra aberrante caía al suelo sin vida.

—¿Dónde aprendiste a usar así el arco? —me preguntó Zoe mientras terminaba de cargar el arma con la munición de plata.

—Cuando me convertí en alfa aprendí a luchar y a utilizar varios tipos de armas para poder enseñarle al resto de la manada —expliqué antes de contener la respiración para lanzar un disparo que liberó a una hermana de las garras de un aberrante.

La maldición del sol +18 (Completa)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt