61. Cenizas

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Cuando llegamos al primer piso de la casa de la manada los gammas nos estaban esperando en su forma humana. Dante y Hugo les indicaron a Matías y a los demás que entrasen en el despacho y el grupo se volvió hacia mí en busca de una confirmación, lo que provocó que el Consejo intercambiase miradas de desconcierto.

Ceylán dejó una pila de ropa en el suelo y abandonó el corredor para que me transformase. El dolor se extendió por mi cuerpo durante unos instantes y me deslicé en los vaqueros y el jersey antes de entrar en el despacho. Todas las miradas se posaron en mí, pero no les presté ninguna atención y me moví para abrazar a Adrián, que me apretó contra él con un cariño que sentí en cada poro de la piel.

—¿En qué momento has crecido tanto? —le pregunté mientras le revolvía el pelo para molestarlo.

—Han pasado muchos años —dijo su tía con voz suave.

Los ojos de Lucinda se llenaron de lágrimas y el dolor que inundó mi pecho solo se aflojó en cuanto la estreché entre los brazos. Su cuerpo vibró con la fuerza de los sollozos y Margarita y Raúl se unieron a nosotras en silencio. Dejé que su cariño me reconfortase antes de separarme de ellos para encontrarme con las desconfiadas miradas que nos observaban desde la distancia.

Los lobos de la manada de Dante se mantenían de pie, pero habían obligado a los demás a sentarse para satisfacer su necesidad de mostrar dominación. Matías se negó a complacerlos y el lobo, que vestía unos pantalones con un olor que no le pertenecía, observaba a Hugo con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Cuándo te convertiste en beta? —le pregunté para distraerlo. Su rostro se suavizó en cuanto se volvió hacia mí y el joven me dedicó una sonrisa antes de mostrarme la marca que indicaba que tenía un astro esperándolo en la manada.

—¿Lobo o loba? —pregunté con alegría.

—Y lo que es más importante, ¿en qué momento consideraste que lo mejor era abandonar a tus hermanos para irrumpir en el territorio de otra manada con ellos? —le preguntó Hugo mientras nos señalaba.

—Ellos son mi manada —le dijo Matías con la voz en calma, lo que aumentó la ira de Hugo. El beta se movió para acercarse a mi amigo y se colocaron el uno frente al otro antes de fulminarse con la mirada.

—Si queréis podéis ponerlas sobre la mesa para ver quién la tiene más larga —dije tras poner los ojos en blanco.

Raúl y Margarita se rieron entre dientes y los gammas tuvieron que luchar para no esbozar una sonrisa. El alfa me quemó con la intensidad de su mirada y la gravedad que se apoderó de su rostro me dejó claro que se había acabado el tiempo.

—Mis padres sabían que iba a ser una nómada desde que era pequeña —dije para su sorpresa—. Me encantaba pasar tiempo sola y perderme en la naturaleza. Una mañana que estaba en el bosque, siguiendo el rastro de un animal, escuché un aullido a lo lejos. Mis sentidos me alertaron de que algo iba mal y corrí de vuelta a casa, pero al hacerlo percibí el olor a sangre y escuché los gritos de auxilio de mi manada.

La maldición del sol +18 (Completa)Where stories live. Discover now