22. Razón

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El rumor de la brisa de la montaña, que se colaba entre los árboles, me recibió con su pacífico sonido, y el canto de los pájaros permitió que imaginase que estaba de vuelta en casa, sentada en el porche de la cabaña, tomando un café y viendo como las ardillas venían a comer los cacahuetes con los que había llenado los comederos del bosque.

Esperé a que mi mente se reactivase para erguirme y me apoyé contra el tronco de uno de los árboles que había en la orilla del río. Abrí los ojos lentamente, tratando de adaptarme a la claridad que se propagaba por el cielo nublado que cubría el territorio de la manada.

Me estremecí al sentir que una ráfaga de aire frío sacudía mi cuerpo y abrí la mochila para ponerme una de las sudaderas que me había dejado Dante en la habitación. Suspiré al comprender que venía una tormenta en camino y me froté los brazos para entrar en calor, ya que no estaba acostumbrada al clima húmedo de aquellas montañas.

La posición del sol en el cielo me decía que debían ser sobre las cuatro de la tarde, y negué con la cabeza al comprender que me había quedado dormida durante más tiempo del que pensaba. Me llevé la botella de agua a la boca y bebí un litro de golpe. El matalobos se había llevado lo mejor de mí y me sentía tan hastiada que lo único que quería hacer era encerrarme en un lugar oscuro y en calma en el que nadie me pudiese encontrar jamás.

Mi mente se iluminó con una idea que me hizo sonreír y me apresuré a comer para darle la energía necesaria a mi cuerpo con la que recorrer el camino de vuelta. A cada bocado que daba me sentía más despierta, y después de acabar con casi todas las provisiones y beber un buen trago de zumo de naranja, emprendí el camino ocultando mi rastro con una eficiencia que me sorprendió.

Procuré no hacer ruido para no despertar a la persona que me acompañaba desde la distancia, que también se había quedado dormida, y me deslicé entre los árboles con calma para no acelerar el latido de mi corazón.

No tardé mucho en llegar a la cabaña en la que Dante hacía sus figuras. Sabía que aquel sería el último sitio en el que me buscarían, o al menos aquella era mi intención, y me aseguré de que no había nadie en ella antes de ocultarme en su interior.

La madera y el musgo me recibieron con su aroma natural en cuanto crucé el umbral de la puerta. Me senté en la esquina más alejada de la entrada, bajo la ventana, y saqué la manta de la mochila para taparme con ella. Suspiré al abrir los manuales de lengua de signos que había llevado conmigo y apoyé la cabeza contra la pared con frustración.

Había tantos sentimientos contradictorios viviendo en mi interior que no daba abasto, y me sumergí en los libros con interés, ignorando los pensamientos que inundaban mi mente para repasar lo que ya había aprendido y descubrir nuevas palabras con las que aumentar mi conocimiento.

Las horas pasaron volando y la luz del sol menguó hasta casi desaparecer. Faltaba poco para que anocheciese y mis ganas de volver al mundo real eran inexistentes, pero como si lo hubiese invocado con mis pensamientos, escuché un sonido cerca de la cabaña, así que me concentré en ocultar mi rastro y aguantar la respiración.

«¿Qué tienes, tres años?»

Ignoré la voz de mi cabeza y me tensé cuando vi que se abría la puerta de la estancia. Dante entró con la mirada fija en la mesa de trabajo y cogió una de las herramientas que descansaban sobre ella antes de dar media vuelta y desaparecer por donde había venido.

Mis ojos se abrieron por la sorpresa al comprender lo que acababa de ocurrir. ¿No se había dado cuenta de que estaba allí? Mi corazón dio un brinco de la alegría al descubrir que se alejaba, pero todo se fue al traste en cuanto escuché que sus pisadas se volvían más lentas hasta detenerse por completo.

Puse los ojos en blanco cuando sentí que se daba la vuelta. Dante volvió a abrir la puerta, aquella vez recorriendo la cabaña con la mirada hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Un brillo de sorpresa los iluminó al verme allí sentada, y una bonita sonrisa se apoderó de su rostro al descubrir los libros que había esparcidos por el suelo.

Dante avanzó dos pasos en mi dirección, haciendo que me mordiese el interior de la mejilla al no querer hablar con él en aquel momento. Había tenido un día perfecto, ¿por qué arruinarlo? El alfa se movió hacia la pared que había enfrente de mí y accionó un botón que hizo que decenas de pequeñas bombillas amarillas iluminasen la cabaña, dotándola de un aspecto casi mágico.

Mis ojos se encontraron con los suyos, demostrando en mi mirada el asombro que sentía, y el alfa me dedicó una cálida sonrisa antes de echar a caminar en dirección a la casa de la manada. ¿Por qué no podía ser así todo el tiempo?

Ignoré como pude el hormigueo que se había apoderado de mi vientre y volví a sumergirme en los libros, en aquella ocasión para leer la historia de Lucio Stirling, uno de los hombres lobo más famosos del mundo. Su leyenda estaba llena de acción y aventuras y sus anécdotas me habían acompañado en todas las épocas de mi vida.

Me descubrí riendo a carcajada limpia mientras pasaba las páginas del libro con avidez, pero cuando la noche cayó sobre la cabaña y el frío se hizo presente, me vi obligada a regresar. La temperatura en aquellas montañas era diferente a la del valle y no pude evitar sentir nostalgia de mi hogar y mis seres queridos.

Que fuese una nómada no implicaba que no pudiese establecer vínculos afectivos con las personas que había a mi alrededor, y cuando decidía que era hora de pasar página y cambiar de ambiente, lo hacía en mis términos y bajo mis condiciones, no acorde a los deseos de un alfa caprichoso que estaba acostumbrado a que las cosas se hiciesen como a él le daba la gana.

Solté un suspiro de resignación mientras recogía las cosas y me colgué la mochila a la espalda antes de apagar las luces que iluminaban la cabaña. El camino de vuelta no fue tan tedioso como esperaba, ya que la bajada de las temperaturas ayudó a calmar el latido de mi corazón, y me distraje recordándome que era un ser racional y que podía mantener una conversación seria con Dante sin querer arrancarle un brazo de cuajo.

«Puedes hacerlo, África. Razona, no actúes, razona».

Me crucé con varios lobos de camino a la casa de la manada y todos me dedicaron un gesto de respeto o de bienvenida que me alegró en lo más profundo de mi corazón. Caminaba con calma, sintiendo que el día había mejorado con el paso de las horas, y arrugué la nariz al percibir que iba a comenzar a llover en cualquier momento.

Un grupo de jóvenes caminaba en la dirección opuesta y no pude evitar sonreír al escuchar su conversación. Estaban tan enfrascados en sus bromas que no habían percibido mi presencia, y tuve que esforzarme para no soltar una carcajada cuando uno de ellos saltó sobre otro y lo tiró al suelo con un veloz movimiento, recibiendo vítores y alabanzas por parte de sus amigos.

—¿Quién es el mejor lobo de la Manada de las Montañas Nevadas? —preguntó con una sonrisa de satisfacción que provocó que me congelase en el sitio.

—Dante es el mejor lobo de las montañas nevadas —replicó una joven metiéndose con su amigo.

Pero no pude seguir escuchando la conversación. Mi mente se apagó para repetir en bucle las palabras del joven lobo que afirmaba pertenecer a la Manada de las Montañas Nevadas.

«No puede ser».

«No puede ser»

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La maldición del sol +18 (Completa)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin