18. Iván

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Por suerte para mí, alguien de la manada contactó a Dante por telepatía y el alfa se disculpó antes de marcharse, lo que permitió que analizase el lugar en el que me encontraba sin distracciones. Entre los árboles vislumbré una caseta de madera que me llamó la atención y me dirigí a ella para investigar. El rastro de Dante, que estaba presente en toda la zona, se intensificó conforme me acercaba, y en el pequeño claro en el que se encontraba la cabaña descubrí un hacha clavada en un tronco que habían talado. A su alrededor se amontonaban decenas de leños de madera, y no pude evitar preguntarme si sería de allí de donde Dante sacaba el material para hacer sus tallas.

Sonreí al ver que la puerta estaba abierta y me colé en su interior mientras admiraba el esmero con el que la habían construido. Los troncos estaban colocados con gran cuidado y encajaban a la perfección, y en las uniones de la madera se acumulaba el musgo que había pasado a formar parte de la construcción, donde encontró un nuevo hogar que llenar de vida y color.

Me maravillé en cuanto me adentré en la cabaña y vi las múltiples figuras que descansaban sobre las estanterías y los muebles. De entre todas las tallas, la que más me atrajo fue la de un joven que se sentaba en el suelo, apoyado contra un árbol y refugiado bajo la sombra que le proporcionaban las ramas. Tenía la sensación de que se escondía algo importante en su mirada, y aunque su rostro estaba esbozado con cuatro cortes en la madera, sentí que aquella pieza decía mucho más de lo que parecía a simple vista.

Curioseé todo lo que había a mi alrededor y me senté en una esquina para apreciar el interior de la cabaña. Me sentía bien allí dentro. El olor a tierra y musgo hacía que quisiese sonreír, y el frescor del aire que se respiraba en la montaña aliviaba la quemazón que me consumía por dentro. Podía escuchar el murmullo del agua de un riachuelo cercano, el sonido de la brisa que se colaba entre los árboles y el canto de los pájaros que vivían felices en el bosque. No había nadie a mi alrededor, y me permití cerrar los ojos para disfrutar de la paz del momento y de las sensaciones que me aportaba aquel hermoso lugar.

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Mi estómago rugió para sacarme del trance e informarme de que ya era la hora de comer. Me sentía bastante cansada a pesar de no haber hecho nada en toda la mañana y sabía que el dolor de cabeza provocado por el efecto del matalobos no tardaría en aparecer.

Aquella mañana había ido a visitar a Celia antes de abandonar la enfermería, pero el doctor me informó de que la niña había regresado a casa la noche anterior, así que cuando salí de la cabaña me dirigí al edificio en el que la había visto por primera vez. Seguía sin saber cuál era la función de aquella casa de varios pisos que tanto se diferenciaba de las otras y de camino a ella no dejé de pensar en qué sería lo que ocurría dentro de sus paredes.

Tardé más de lo necesario en llegar al claro principal, ya que me vi obligada a detenerme en varias ocasiones para recuperar el aliento. Estar enferma era un fastidio y no podía esperar a que mi cuerpo se deshiciese del acónito para poder transformarme de una vez por todas y disfrutar de una carrera por el bosque. Echaba de menos a mi lobo y me evadí tanto pensando en el momento en el que recuperaría mi forma animal que no me di cuenta de que había llegado a casa de Celia.

La maldición del sol +18 (Completa)Kde žijí příběhy. Začni objevovat