29. Indirectas

6.4K 778 152
                                    

۰ • ❂ • ۰

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

۰ • ❂ • ۰

Llevaba una semana observando el comportamiento de la manada y sabía cómo y a qué hora hacían los cambios de guardia. Aquel día, después de que Dante y Hugo partiesen, bajé a comer a la sala común. Los gammas se encargaron de distraerme y de darme temas de conversación porque pensaban que estaba ansiosa porque el alfa se había ido, lo que fue de gran ayuda para recabar información pertinente a mi plan de escape.

Gracias a su amabilidad había descubierto dónde iba a estar cada uno de ellos, qué iban a hacer los guerreros y cuándo iba a entrenar los miembros de la manada. La lluvia y la tormenta que castigaban el territorio de las montañas nevadas dificultarían que siguiesen mi rastro, y con un poco de suerte, cuando se diesen cuenta de que me había ido, ya sería demasiado tarde.

—¿África? ¿Qué haces aquí? —me preguntó Ceylán en cuanto me encontré con él en el primer piso de la casa de la manada.

«Mierda».

—Estoy investigando —dije con una dulce sonrisa—. Llueve bastante y me pareció un momento apropiado para descubrir qué secretos esconde esta casa.

—Seguro que encuentras algo que te sorprenda. Te dejo el camino libre, debo volver a la enfermería.

—¿Hay alguien herido? —pregunté con el ceño fruncido.

—Nada por lo que preocuparse —dijo con una cálida sonrisa antes de irse.

El joven cerró la puerta al salir y yo seguí caminando por los pasillos y admirando los cuadros que colgaban de la pared, y cuando sentí que se había alejado lo suficiente como para no poder escucharme, me dirigí a toda prisa al despacho de Dante.

No dejaba de sorprenderme que nadie cerrase las cosas con llave en aquella manada. Todo estaba siempre abierto y al alcance de tu mano, podías coger los libros de la biblioteca sin registro alguno, nunca echaban la cerradura de las casas y las medicinas en la enfermería no estaban protegidas por un candado. ¿Cómo lo hacían?

«Confiando los unos en los otros y no queriendo decepcionar a su alfa».

Solté un suspiro de resignación y no pude evitar sonreír al pensar que Dante el magnífico se iba a encontrar con una gran sorpresa cuando regresase. Su olor me recibió en cuanto crucé el umbral de la puerta y me sentí un poco culpable al ver el agujero que había dejado mi puño en la mesa.

«Eres fuerte aun con el efecto del matalobos, nena».

Sonreí con satisfacción y me apresuré a abrir los cajones del escritorio para buscar las llaves de su coche. El todoterreno era mi billete de salida de aquel lugar, pero para que mi plan tuviese éxito, tendría que encontrar las malditas llaves.

«Siempre puedes ver un tutorial y aprender a hacer un puente».

Me tensé cuando escuché que alguien subía las escaleras, pero luego comprendí que se dirigían al segundo piso. Tuve que suprimir mis ganas de gritar al ver las llaves del coche sobre unos documentos, y me mordí el interior de la mejilla mientras me dirigía a la salida con sigilo.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora