49. Adrenalina

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En cuanto entramos en la enfermería me recibió el mismo olor que había percibido en el bosque y tuve que suprimir un escalofrío de disgusto que amenazó con desvelar mi malestar. Los miembros del equipo de Ceylán iban de una sala a otra con la incredulidad reflejada en sus rostros y la prisa apurando sus movimientos, y cuando entramos en la sala en la que se encontraban el resto de los miembros del Consejo, me golpeó la ira y frustración que se respiraban en el ambiente.

¿Qué pasa? —preguntó Dante al ver el estado en el que se encontraba Ceylán.

—Esta es la composición del acónito mejorado de los aberrantes —dijo el doctor mientras señalaba uno de los monitores—. Llevo desde que lo trajisteis tratando de averiguar qué es esto —añadió señalando la estructura sin identificar que había en la imagen—. Me estaba volviendo loco. Ninguna planta que conozco tiene esta composición ni reacciona de esta manera al acónito. Todas nuestras pruebas dieron negativo y ya no sabía con qué más cotejarlo porque el problema es que pertenece a algo orgánico.

—Joder —dije en un susurro.

—Exacto. Creo que «joder» se queda corto.

—Ceylán —protestó Virginia.

—El motivo por el que este acónito nos afecta tanto es porque su estructura molecular guarda semejanzas con la de nuestra especie.

—¿Cómo va a tener un extracto vegetal una estructura animal? —preguntó Víctor con confusión.

El gruñido que brotó del pecho de Dante nos sobresaltó y el dorado de sus ojos iluminó su enfurecido rostro. El alfa apretó los puños con fuerza y sus músculos se tensaron en cuanto comprendió la respuesta a aquella pregunta, por lo que deslicé la mano por su antebrazo para intentar calmarlo.

—El componente que me faltaba por descubrir en su composición era el gen de nuestra especie. Este extracto de acónito lleva un porcentaje de hormonas producidas por licántropos que permiten que penetre en nuestro organismo con más rapidez y que sus efectos se multipliquen.

¿Cómo? —preguntó Dante con su instinto animal a flor de piel.

—No lo sé. Todavía no hemos identificado de qué hormona se trata, así que no sé cómo han-

—Es adrenalina —dije interrumpiéndolo—. Por eso nuestro corazón se desboca y es casi imposible calmarlo. El agotamiento, el calor, la taquicardia... Es como si mi cuerpo reaccionase a un peligro inexistente.

—Adrenalina —susurró Ceylán.

Los ojos del doctor se desenfocaron para comunicarse con su equipo y los demás lo imitaron poco después. Mis pensamientos se descontrolaron y la confusión y la ira se apoderaron de mí al mismo tiempo, lo que impidió que mi mente funcionase con normalidad. El ordenador emitió un pitido y en los monitores se mostraron varios documentos y gráficos que no comprendí. El cuerpo de Ceylán se tensó y el suspiro que escapó de sus labios no ayudó a aliviar mi angustia.

La maldición del sol +18 (Completa)Where stories live. Discover now