14: Una Parte de Ti

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Las calificaciones en matemática del noventa y nueve porciento de las chicas que asisten a la secundaria de Rosemont presentarán un increíble incremento después de la llegada del nuevo profesor de álgebra.

La repentina salida del profesor Calvin dejó deprimidos a muchos estudiantes, incluyéndome, sin embargo la pérdida fue totalmente superada después de que un adonis de cabellos castaños entrara a primera hora de la mañana con una hoja llena de ejercicios de álgebra.

Debo admitir que es extremadamente guapo, tanto que quizá debería ser ilegal.

—No sé qué es más interesante, los polígonos o la forma en la que su boca se mueve cuando dice la palabra exponente —murmura Sofía cerca de mi oído.

Me río más fuerte de lo que me hubiera gustado, ganándome la mirada de algunos de mis compañeros y una mirada de advertencia del nuevo profesor.

—¿Cuál es su nombre, señorita? —pregunta el profesor.

¿Me habla a mí? Mierda, muy guapo y todo pero odio llamar la atención de los profesores de matemática, ganar su atención solo significa ser el primero en salir a resolver los ejercicios.

Me acomodo en mi sitio y carraspeo.

—Alex Atria, profesor —digo.

—Bien, señorita Atria —dice extendiendo un plumón azul hacia mí— ¿Le importaría resolver el ejercicio usted y después explicarnos como obtuvo su resultado?

Me quedo mirando el plumón con espanto, ni siquiera me atrevo a tocarlo. Elevo la mirada, encontrándome con sus ojos azules impacientes.

—Yo... lo siento, profesor Miller, no puedo hacerlo —respondo apenas, con una sonrisa nerviosa.

—¿Estuvo atendiendo a la clase? —me pregunta.

No se está burlando de mí, eso lo veo claramente, se ve consternado.

—Sí, pero... no he entendido, eh...

—¿Hasta qué punto ha entendido el tema, señorita? —pregunta bajando el plumón.

El calor sube hacia mis mejillas, quiero que deje de hablarme.

Desearía que todo el mundo dejara de mirarme de la forma en la que lo están haciendo. Cada par de ojos observándome fijamente se siente como un kilo más en mi existencia, cada mirada burlona me hace sentir más nerviosa e idiota.

—No lo sé —contesto bajito y mirando al suelo.

—Bien —dice alejándose de mí—, explicaré de nuevo —dice para todos.

—Lo siento —murmura Sofía, apenada.

Le sonrío dándole a entender que no importa.

La clase transcurre de lo más tranquila y la vergüenza me abandona en tan solo unos minutos. Miro hacia la ventana buscando escapar de alguna que otra mirada curiosa que aún no olvida el incidente.

Hoy es la primera vez que cae algo de nieve, incluso abrigada hasta la punta de los dedos es difícil escapar del frío.

Para cuando la clase entera empieza a irse al almuerzo y recién recojo mis cosas de la mesa que comparto con Sofía.

—¿Segura que no quieres que te espere? —me pregunta.

—No, voy a ir con los chicos —le digo.

—Bien, entonces te veré en francés —me sonríe—, adiós.

Guardo mis libretas y me cuelgo la mochila al hombro.

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